5 oct 2017

Idoru - William Gibson

La red difunde el rumor de que Rez, el cantante chino/irlandés líder del longevo y mundialmente conocido dúo Lo/Rez, va a contraer matrimonio con Rei Toei, un ídolo de la canción sintético que solo existe como holograma en el mundo físico y software en el mundo virtual. Ante semejante desvarío, propio sólo de una estrella del rock, su conmocionado guardaespaldas y responsable de seguridad, el australiano Keith Blackwell, contrata a Colin Laney. Colin es un analista de datos extraordinariamente hábil a la hora de descubrir puntos nodales en información aparentemente incoherente, pero que cayó en desgracia en su anterior trabajo. Así que el brillante consultor de datos se marcha a Tokyo a tratar de descubrir si hay alguien detrás de las ridículas ideas de Rez. A Tokyo viaja también Chia McKenzie, una jovencita de 14 años, miembro del club de fans de Lo/Rez de Seattle. Su intención es descubrir si las habladurías sobre su adorado Rez son ciertas. En el vuelo se sienta junto a Maryalice, una mujer peculiar pero simpática, que cargada de maletas, le pide ayuda para pasar una de ellas por el control del aeropuerto destino.

Idoru es la sengunda entrega de la denominada Trilogía del puente de William Gibson. La acción transcurre en el mismo escenario globalizado/hipertecnológico/distópico que la primera entrega, y aunque las tramas son totalmente independientes, comparte algún personaje de menor trascendencia (el guardia de seguridad Berry Rydell, que protagonizara Luz virtual). En esta ocasión la trama se desarrolla en el Tokyo reconstruido tras el gran terremoto que también afectó a California, como ya sabíamos de anterior volumen. Si por algo se caracteriza el argumento es por explotar hasta la saciedad los elementos distópicos del cyberpunk que popularizó este autor. Se podría decir que aproximadamente un 25% del texto son descripciones encaminadas a ponernos en ambiente. Me refiero a cosas como:
"Un crepúsculo anaranjado al otro lado de una ventana inclinada con marco de metal imprimía colores aceitosos en el cielo."
O bien:
"Las cuatro sillas de la sala tenían respaldos estrechos y altos, todos rematados por una reproducción en acero del Sombrero del Elfo Malvado."
Puestos a pensar me parece que la estimación del 25% es incluso conservadora. Me atrevería a decir que una de cada tres frases no aporta nada al argumento. Porque ya me diréis a mí de qué sirve saber, por ejemplo, ya sea que...
"El mono de Typorex de la camarera refulgía sobre la mesa biedermeier emplastada con incrustaciones de chips de silicio de viejas computadoras en desuso."
...o que...
"Chia soñó con una playa cubierta de fragmentos aplastados de electrónica: criaturas como cangrejos que se escabullían, con las patas rayadas como resistores viejos."
Con ello no quiero decir que la historia sea aburrida o tenga fallos de estructura o desarrollo. No es eso, de hecho la novela no está mal. El problema es que Gibson abusa de las descripciones hasta agotar al lector. Llega un momento en que cada vez que pasas página eres capaz de detectar las frases innecesarias de un simple vistazo. Aparecen todas a la vez como resaladas por un efecto de postprocesado digital. En un alarde de esa nobleza que tengo y que pocas veces demuestro, puedo entender la necesidad del autor de sobresaturarnos de referencias a esos escenarios high-tech porque la novela data de 1996 y por entonces, el ideario cyberpunk no estaba tan instalado en el inconsciente colectivo. Es eso o ganas de exprimir la gallina de los huevos de oro tras un descenso en las ventas de los anteriores libros, se me ocurre. De todas formas, lo que no le voy a negar al escritor norteamericano es su gran capacidad de anticipación y la exactitud de muchas de sus predicciones. En esta ocasión, destaca el riesgo de que los gobiernos mundiales quieran alterar la neutralidad de la red... ¡siete años antes de que el término fuese acuñado! Lo cual no es óbice para que otras veces pierda un poco el norte, demostrando que afectación y química no están reñidas en frases tan absurdas como:
"La furgoneta de Arleigh olía a monómeros de cadena larga y a electrónica caliente."
La narración va alternando capítulos con las dos tramas, confluyendo ambas cuando se aproxima el final. Esta técnica es también muy propia de Gibson, que si mal no la recuerdo explota hasta la friolera cifra de cuatro hilos argumentales en Monalisa acelerada. Resumiendo, vuelta a los orígenes para componer una obra que sin ser mala, se ve lastrada por las opresivas y repetitivas descripciones que no aportan nada y empañan el recuerdo de la buena impresión que causaron en Neuromante. Para mi sorpresa no he encontrado muchas reseñas en la blogosfera en español, así que os dejo la de El jardín del sueño infinito nada más. No estoy muy de acuerdo con ella, pero todo sea por fomentar la pluralidad de opiniones.

2 comentarios:

Scabbers dijo...

Hum...cuando un libro se pone "denso" trato de darle oportunidad, sin embargo creo que pasaré de este. No es que me aburra, pero tampoco me llama, capaz que no sea la mejor obra del autor, Incluso Julio Verne (sep, el capo capísimo de ciencia ficción y aventuras) puede entregar obras maravillosas y otras que no atrapan: 20.000 leguas de viaje submarino es detallista al máximo...bien una vez, dos, diez. A la 45va vez que me describe los peces casi tiro el libro ;). Una obra que raramente es mejor llevada al cine, la antigua peli es superior a la novela, con perdón a Verne. Puede pasar con este mismo autor, igual la reseña está excelente, abrazos

Cities: Moving dijo...

@Scabbers: Bueno como ejemplo arquetípico de novela cyberpunk es perfecta, en cuanto al estilo no se diferencia demasiado del gran clásico 'Neuromante'. Gracias por el comentario.

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