Ferdinand Korten, director general de la poderosa compañía química Rheinische Chemiewerke (RCW a partir de ahora) de Ludwigshafen, recurre a su cuñado e investigador Gerhard Selb para que les ayude a localizar un hacker que lleva revolviendo sus sistemas de información los últimos meses. Lo cierto es que las intrusiones no han pasado de ser bromas pesadas, con un impacto económico relativamente bajo dada la altísima facturación de la compañía. Sin embargo, existe una lógica preocupación en la cúpula directiva sobre el caríz que podrían tomar los acontecimientos si en un momento dado las acciones de los hackers se embrutecen o bien, trascienden a la prensa las debilidades en materia de seguridad informática de la empresa. Klara, esposa de Gerd y hermana de Korten, murió hace algunos años, de ahí que la relación entre los que fueron grandes amigos de la infancia se haya enfríado últimamente. Ninguno de los dos es un jovencito, que digamos; Gerhard anda por los sesenta y muchos años y Ferdinand está a punto de cumplir los setenta. Tras unas investigaciones preliminares, queda claro que hay un punto de acceso a la red informática de la RCW muy vulnerable: el nodo que envía la información sobre emisiones de agentes tóxicos al correspondiente instituto dependiente de Medio Ambiente del Land (Renania-Palatinado). Gerd descubre al hacker en un abrir y cerrar de ojos, pero la RCW prefiere no denunciarle por evitar un escándalo mediático y cuando todo parece que va a quedar resuelto de manera privada, el autor de la intrusión muere en un sospechoso accidente de tráfico. Esto lleva al detective a interesarse más en profundidad por Peter Mischkey, que así se llamaba el pirata informático, y descubre en su casa unos dossiers relativos a la implicación de la RCW en la política de trabajadores forzados del III. Reich. Y resulta además que Gerhard Selb fue un prometedor fiscal del régimen nazi entre 1942-1945, que curiosamente participó en una causa sobre dos investigadores de la RCW, compañeros de su cuñado por aquel entonces, acusados de traición al Reich y condenados a muerte gracias a su hábil instrucción. Así pues, de pronto el caso toma unos derroteros personales que vuelven a activar en nuestro hombre su sentimiento de culpa por su antiguo compromiso con el nacional-socialismo.
La justicia de Selb es la presentación en sociedad del atípico investigador privado Gerhard Selb, de quien hace tan solo unos meses reseñé la novela con que se cierra su trilogía: El fin de Selb. Bueno, atípico porque tiene sesenta y muchos años, pero por lo demás, su caracterización como personaje tira de tópicos baratos noir que es un primoir: fuma como un carretero, ¡y no pierde fuelle corriendo delante de un mastín amenazador!; disuelve sus dramas internos a base de alcohol, ¡y las resacas se le pasan con manzanilla o nadando en algún See en los alrededores de Mannheim!; raro es el personaje fememino al que no quiera echarle el guante, ¡un pichabrava que no necesita viagra!; etc. etc. En aquella otra novela ya indiqué que había algunos aspectos sobre su relación con su cuñado por un lado, y con el nazismo por otro, que se daban por conocidos y que efectivamente, se relatan en esta primera entrega.
La novela tiene algunos aspectos históricos de interés, no digo que no, pero en general es bastante insustancial y se adapta al formato estándar de los bestsellers: capítulos cortos, mucha acción, subtramas picantonas, pildorazos de información a cada poco para capturar la atención del lector constantemente, etc. Como ya comenté con la última entrega, el protagonista carece de toda credibilidad en tanto en cuanto tiene una energía, una vitalidad y una resistencia física tal, que ya quisiera yo haber tenido a mis veinte años la mitad de la que él exhibe. No duda en lanzarse al Rin huyendo de unos perseguidores para escapar nadando; se pasa el día haciendo kilómetros y kilómetros, recorriendo media Alemania, Europa o el mundo entero para esto o aquello; si tiene que hacer una vigilancia noctura se coje su termo repleto de café y a pasar la noche en vela sin problema; tropieza por unas escaleras y ni un simple esguince, todo queda un susto. Por otro lado, hay varios aspectos de la trama que no están convenientemente justificados. Sin ir más lejos, ¿cuál es el interés de Mischkey en el pasado oscuro de la RCW? No es una reacción para cubrirse las espaldas cuando descubren su intrusión en los sistemas de información porque venía de antes, sin embargo a mi no me ha quedado claro por qué estaba realizando esas pesquisas. Luego Selb está también investigando para una aseguradora lo que parece ser un caso fraude, un posible caso de autolesión en una pierna por parte de un bailarín de ballet ya en los últimos años de su carrera. Una vez terminado el libro uno se pregunta, ¿toda esta pamplina del bailarín, para qué? Lo sustituyes por otra cosa, yo qué sé, el relato de una indigestión de su vecina, la señora Weiland, y para lo que importa te quedas igual. En fin, bien es verdad que pagué poco más de 10,00€ por este libro, pero aún así no me cabe la menor duda de que se trata de dinero mal empleado. Tenéis más reseñas en Todo literatura y Novela negra. En ninguna de las dos hablan maravillas de ella desde luego pero parecen más convencidos de su calidad que yo
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 7 horas
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