Historia de triángulo amoroso que no llega a trío. Francesito de provincias (Mathias), parisina (Jeanne) y ruso moscovita de adopción (Vladímir) que la lían parda en la capital de Rusia. Todo muy guiado por la pasión por la literatura, sobre todo la rusa, claro. Mathias Énard no solo menciona autores conocidos y no tanto (Gógol, Tolstói, Dostoievski, Mandelstam, etc.) sino además personajes de sus novelas durante las descripciones de personajes o para buscar similitudes en alguna anécdota. Menos más que tenía a mano la Wikipedia, porque me ha ayudado a no perder el norte dado mi patético conocimiento de la literatura rusa. En fin, que los franceses vivían en París, pero Jeanne consigue a una beca en una universidad de Moscú y allí que se marcha y conoce a Vladímir, que es algo mayor que ella y doctorando, y se enamoran y al año siguiente el protagonista/narrador en primera persona (Mathias) también se marcha a la capital de Rusia movido por su amor/celos. Al principio hay un poco de tirantez entre los dos machos del triángulo pero luego a base de alcohol, muchísimas drogas y tiempo juntos la cosa se suaviza y se hacen super amigos y los tres viven estupendamente, aparentemente.
De esto nos enteramos en el largo flashback que sucede al inicio de la novela, que se abre con la noticia de la muerte de Vlad unos años después de los locos días de Moscú. Mathias (el ich-Erzähler) que volvió a París, coge un vuelo a Moscú para acompañar al cadáver a su ciudad natal más allá de los Urales, en un largo periplo en tren por la geografía transiberiana y del recuerdo.
A mi personalmente la historia no me ha dicho absolutamente nada. No se ha hecho pesada, eso lo admito. Está muy bien escrita y no llega ni a las 100 páginas, lo cual ayuda. Pero mis años mozos son un recuerdo tan lejano que nada relacionado con el aprendizaje vital (experimentación con drogas, escarceos amorosos juveniles, viajes y aventuras, etc.), me emociona lo más mínimo. Lo puedo entender, como ya dije hace tiempo en el post de En la Carretera, pero desde la indiferencia y el desinterés. Tenéis otras reseñas en Papel en Blanco, Zafarranchos Merulanos y Offuscatio. En todos los casos han visto en esta novela corta muchísimo, pero muchísimo más que yo, y en todos los aspectos posibles además.
De esto nos enteramos en el largo flashback que sucede al inicio de la novela, que se abre con la noticia de la muerte de Vlad unos años después de los locos días de Moscú. Mathias (el ich-Erzähler) que volvió a París, coge un vuelo a Moscú para acompañar al cadáver a su ciudad natal más allá de los Urales, en un largo periplo en tren por la geografía transiberiana y del recuerdo.
A mi personalmente la historia no me ha dicho absolutamente nada. No se ha hecho pesada, eso lo admito. Está muy bien escrita y no llega ni a las 100 páginas, lo cual ayuda. Pero mis años mozos son un recuerdo tan lejano que nada relacionado con el aprendizaje vital (experimentación con drogas, escarceos amorosos juveniles, viajes y aventuras, etc.), me emociona lo más mínimo. Lo puedo entender, como ya dije hace tiempo en el post de En la Carretera, pero desde la indiferencia y el desinterés. Tenéis otras reseñas en Papel en Blanco, Zafarranchos Merulanos y Offuscatio. En todos los casos han visto en esta novela corta muchísimo, pero muchísimo más que yo, y en todos los aspectos posibles además.
4 comentarios:
A mí tampoco me dice nada la historia, tal y como la cuentas. Aunque no queda descartado -leeré más opiniones-, en un principio, no me atrae.
@Bea Mendes: Las historias de jovenzunos en busca de sensaciones fuertes no me van demasiado. Tengo un larguísimo historial de desencuentro con ellas.
Pues sí es verdad que en las otras reseñas parecen haber visto más o les ha llegado más. Pero de todas formas los triángulos amorosos a mi me dan una pereza horrorosa, aunque alguna historia me ha convencido, pero creo que no le voy a dar oportunidad a esta.
Saludos!
@Ana Blasfuemia: Leyendo blogs de reseñas de libros da la impresión de que todo lo que se publica es una maravilla, algo que es estadísticamente imposible. Por suerte hay algunos bloggers, por todos conocidos, que no tienen pelos en la lengua y llaman a las cosas por su nombre.
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