John M. Coetzee relata en Juventud sus años de joven adulto, cuando en 1959 y con unos tiernos 19 años dejó Sudáfrica para establecerse en Londres, dispuesto a labrarse una carrera como poeta y escritor. Sin embargo, es su recién obtenida licenciatura en matemáticas la que le permite conseguir lo que en principio parece un buen trabajo: programador de ordenadores en IBM. No está especialmente interesado en la informática, pero cree que este empleo le permitirá ahorrar dinero para poder centrarse en la literatura en un futuro muy próximo. En las oficinas del gigante americano de las -por aquel entonces- incipientes tecnologías de la información, se combinan el carácter reservado de los británicos con la frialdad innata del autor, lo cual no hace sino acentuar su soledad y aislamiento. Mientras la juventud londinense se divierte a comienzos de la loca década de los 1960s, Coetzee pasa su tiempo libre curioseando librerías, en la biblioteca del British Museum (donde aprovecha para progresar en su tesis doctoral sobre la obra de Ford Madox Ford) o en cines donde se proyectan películas europeas. Las jornadas laborales de 9 a 5 empiezan a resultarle un obstáculo para lograr su sueño de ser escritor, así que tras algo más de un año como pionero de la programación renuncia a su puesto. Pero por aquel entonces las leyes de inmigración de UK eran muy rigurosas con los extranjeros, así que tras un pequeño paréntesis de apenas unos meses desempleado se ve obligado a buscar otra ocupación remunerada si no quiere que el expulsen de las islas británicas. Es así como termina en plena campiña trabajando para International Computers, la competencia inglesa de IBM, alejado de la vida cultural de Londres y sin escribir ni un mal poema.
En la segunda parte de la autobiografía novelada del Nobel de Literatura de 2003 nos enfrentamos a sus pasiones, sus miedos e incertidumbres cuando ha de asumir que ya es un adulto y debe ganarse la vida. El objetivo de dedicarse al arte de la escritura no hace sino ponérselo más difícil, ya que ha de luchar con uñas y dientes para no dejarse llevar por la corriente, que le invita olvidar sus aspiraciones literarias y por el contrario, llevar una existencia mediocre propia de la clase media. Comprarse un coche. Casarse y tener hijos. Hipotecarse con una casa. Coetzee rechaza visceralmente renunciar a su deseo de ser un artista, pero su temperamento apocado, reservado y frío le impiden llevar la tormentosa vida de sus idolatrados modelos: Baudelaire, Picasso, Rimbaud. En su opinión, solo si consigue experimentar la vida en todos sus aspectos, especialmente los más oscuros, los más turbios, contará con las bazas necesarias para convertirse en un buen poeta, en un artista de verdad. No es consciente por tanto de que ya está inmerso en un infierno propio que está forjando su carácter como escritor. No bebe alcohol ni se droga, sus experiencias sexuales son vacías y desapasionadas, intrascendentes a más no poder. Sin embargo pelea por lo que cree, a pesar de tener frente a él a toda la sociedad invitándole a olvidar su quimera y ser uno más.
El autor sudafricano emplea un narrador en tercera persona para contar su propia historia, lo que fomenta la duda de si todo
lo que leemos es cierto o tal vez, haya partes de ficción. Demuestra una vez más su gran maestría con las palabras, consiguiendo que sus frases se entiendan con total naturalidad y facilidad por más compleja que sea la idea que quiera transmitir. Pero a esto ya estoy acostumbrado, aunque no pretendo quitarle importancia, todo lo contrario; he de admitir eso sí, que reseña tras reseña repito poco más o menos lo mismo sobre su estilo. Si hay algo por lo que destaca este libro es porque Coetzee demuestra ser tener una capacidad crítica imbatible, capaz de desmantelar todas las convenciones sociales y defender con una coherencia aplastante aquello que considera justo. Y lo hace con una habilidad tal que inutiliza cualquier defensa de lo que bajo su pluma se nos revela como una gran mentira parte de un sistema de valores falso y miserable. Poco le importa que lo siga y acepte la inmensa mayoría. Temas tan diversos como el ideal de establecerse y crear una familia, la situación de su país y la idea de patriotismo, o la pasión y el amor como motores del arte son analizados y deconstruidos para poder despojarlos de su alienante poder destructivo. Y eso no es algo que pase todo los días, no al menos en los libros que me voy encontrando yo. No recuerdo haber experimentado más momentos sublimes de emoción en todo el año que leyendo esta pequeña obra maestra. Breves instantes que se prolongan solo unos segundos y en los que tengo que parar para ser plenamente consciente del placer que me proporciona lo que acabo de leer, para decirme a mí mismo que estoy ante una obra de arte. Que es exactamente lo que Coetzee se proponía conseguir cuando era un joven veinteañero. Tenéis más reseñas en Cuéntate la vida, Libros y literatura y Ni un día sin libro.
Trilogia de la Terra Fragmentada - N.K. Jemisin
Hace 6 horas
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