Había decidido que octubre fuese el mes de la Generación Beat, pero se me están acumulando las tareas pendientes hasta final de año (recordad que hace un par de meses prometí intentar terminar la tetralogía 'El Mar de la Fertilidad' de Yukio Mishima en lo que quedaba de 2013) y no sé si me dará tiempo a leer algún otro libro de este grupo de escritores antes de que acabe el mes. De momento ya he dado cuenta de El Almuerzo desnudo de William S. Burroughs, algo es algo.
Tengo que empezar a reseñarlo diciendo que estamos ante el mayor desvarío de drogadicto que he leído nunca, aunque lo cierto es que no sé si habrá muchas otras novelas catalogables en esta peculiar categoría. Los capítulos están vagamente conectados entre sí a través de algunos personajes que se repiten, pero en realidad no hay argumento ni linealidad alguna en la trama. No hay continuidad sino una serie de relatos cortos con los delirios, aventuras y desventuras tanto de un adicto a las drogas, William (Bill) Lee, alter ego del propio Burroughs, como de cualquiera de sus conocidos del submundo marginal del consumo de narcóticos: camellos, yonquis, policía, prostitutos, etc. Todo ello, por supuesto, distorsionado hasta casi lo incomprensible debido al abuso de sustancias ilegales: morfina, heroína, cocaína, alucinógenos, etc. De entre lo poco que se puede vincular con la realidad están por un lado los viajes del protagonista/narrador a lo largo y ancho de Estados Unidos y México, y por otro sus largas estancias en Tánger. Luego hay un montón de lugares irreales, fruto de una incontrolable imaginación activada por los estupefacientes: países y cuidades inexistentes como la República de Libertonia, Interzonas o Anexia permiten al autor desplegar demenciales textos satíricos criticando a los estadounidenses, los totalitarismos, la burocracia, o su miserable subsistencia como toxicómano. El autor recurre constantemente a una serie de imágenes producto de sus estados alterados de conciencia: insectos, un omnipresente y enorme ciempiés negro, brumas y humaredas de colores que lo envuelven todo, extrañas enfermedades y parásitos tropicales, etc. Además hay frases, yo diría que incluso párrafos enteros que se repiten en diferentes partes de la narración. Todo esto, unido al sinsentido a que nos enfrentamos, ha hecho que por momentos dudase de la realidad y no sabía bien qué había leído y qué había imaginado. De lo que no me cabe duda es de que Burroughs y este libro en particular tuvieron que ser una influencia clara para que J. G. Ballard escribiese La Exhibición de Atrocidades.
Al margen de todo esto, si algo me sorprende es que esta extraña novela se llegase a publicar en 1959: el lenguaje que usa Burroughs es super crudo y explícito. Se describen orgías donde se mezcla placer, dolor y muerte con todo lujo de detalles. Hay completísimas explicaciones sobre las diferentes alternativas para inyectarse la droga en vena. Exhibiciones de violencia a través de linchamientos de afromericanos cada dos por tres. Relaciones homosexuales, pederastas abusando de críos en Tanger, chaperos vendiendose por un chute. Todo ello regado con semen, eyaculaciones, penetraciones anales, mujeres con arneses con penes de goma, etc. etc. Las situaciones relatadas son a veces tan brutales y usan un humor tan negro que han llegado a provocarme una risa nerviosa que deja un poso de culpabilidad. De entre todo este marasmo, solo la introducción y el apéndice final suponen dos pequeños oasis de objetividad donde al principio se aclara la génesis del libro, y al final el propio Burroughs nos cuenta (de manera clínica) sus experiencias con las drogas y las curas de desintoxicación.
En fin, una lectura interesante para conocer narrativas y vidas totalmente al margen de lo convencional. Nos exige, eso sí, enfrentarnos a ella con una mente abierta y receptiva, porque desde luego el modelo presentación-nudo-desenlace nunca ha estado más ausente que aquí. Tenéis un excelente y completísimo análisis de este clásico de la literatura norteamericana en La Pasión inútil. En Maleta de Libros sin embargo nos dan una visión diametralmente opuesta, que se resume con la contundente frase "una pérdida de tiempo".
Una novela real. Minae Mizumura
Hace 26 minutos
2 comentarios:
Está chula. Yo cuando me la leí no me enteré de una puta mierda pero aún así me lo pasaba bien leyéndomela y me llegó de alguna forma su poesía, bizarra como pocas.
@Mike: Cierto, un desbarajuste de traca que no hay por dónde coger, pero que tiene mucha gracia y mucha mala leche.
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