Gary Harnkess es un jugador de fútbol americano universitario un poco complicado. Ha pasado por varias universidades, algunas con cierto renombre tanto en lo educativo como en lo deportivo, pero en todos los casos ha renunciado a los equipos y los estudios por razones de lo más variopinto. Ahora forma parte del Logos College, una modesta institución de enseñanza superior al oeste de Texas, en una zona semidespoblada al lado del desierto. En breve se va a incorporar como jugador Taft Robinson, un estudiante negro traspasado desde la universidad de Columbia que tiene unas marcas increíbles. Como Gary es originario de un pueblo del norte del estado de Nueva York, le piden que le dé la bienvenida por aquello de la proximidad de sus orígenes.
Fin de campo es la segunda novela de Don DeLillo, publicada en 1972 pero inédita en España hasta 2015. Y por mí como si no la hubieran traducido nunca, porque vaya estupidez de libro. Es pretencioso, aburrido y los personajes tiene nula credibilidad. La cosa es como sigue: los dos primeros tercios del libro se articulan en torno a soplapolleces sobre fútbol americano con su jerga ridícula de centrales, linieros, receptores y quaterbacks. Los entrenamientos, las lesiones, el relato de los partidos, la vida universitaria de unos jóvenes inmaduros con la testosterona en niveles máximos y un poderío físico descomunal. Al comenzar el segundo tercio empiezan los delirios intelectualoides de los propios jugadores, los entrenadores, algunas amigas de Harnkess y uno de sus profesores. Después de habernos pasado toda la vida viendo a los jugadores de fútbol americano universitario como cabestros que bordean el analfabetismo funcional, va DeLillo, más listo, más original y más sarcástico que nadie, y los pone a profundizar en lo inefable. En la mayoría de los casos las reflexiones recogidas son tremendamente inconexas y surgen de la boca de los personajes sin que medie aviso previo. Terminan de improvisar un partidillo bajo una ventisca de nieve, que así de fogosos e impetuosos son estos hercúleos muchachotes, y lo primero que comentan son los atractivos de la guerra nuclear. O quizás la perfección de un deporte que emula la guerra. O bien la purificación del espíritu a través del dolor, la humillación y la derrota. En definitiva tontunas de distinto pelaje que resultan inconcebibles en esos mastuerzos y que me han generado tanto rechazo como la parte deportiva.
Ya sé, ya sé. No he pillado el mensaje subyacente. Las conexiones con la situación mundial en el momento en que fue escrita. La guerra de Vietnam, el muro de Berlin, la amenaza comunista, el holocausto atómico. Bla, bla. Tal vez sí las he pillado pero no le he encontrado la gracia. Es verdad que hay un par de ocasiones en que hay una crítica directa a los sistemas políticos y los gobiernos, al consumismo y algún otro tema de interés. Pero no será más del 0,1% del texto. Un par de párrafos, poco más. No voy a salvar de la quema una novela de cerca de 300 páginas por diez frases ingeniosas. No compensa el resto de idioteces que he tenido que leer. Me da igual que sea DeLillo o la madre que lo parió.
Aunque en mi opinión el libro no vale ni el papel que han gastado en él, me ha resultado fantástico leer reseñas en los medios. La de El Cultural es pura complacencia y malabarismo lingüístico en su máxima expresión, porque no me cabe en la cabeza que esto que he leído sea "un original y necesario alegato a favor de la paz". A-co-jo-nan-te. Y en Fantasymundo derrochan buenas intenciones y mejores palabras al decir, entre otras maravillas, que la novela recoge "un fresco de personalidades libres, autónomas y brillantes en su originalidad". Esto sí que es fantasía pura y no el nombre de vuestro domino, chatos. Menos mal que en Aula de Filosofía no les tiembla el pulso al decir que es "una novela muy irregular" que entre otras cosas dedica "cuarenta páginas a describir con todo detalle un partido de fútbol americano y otras tantas a poner en boca de deportistas de élite elaboradas especulaciones filosóficas. Es aburrido y no es verosímil".
Un siglo en Urano
Hace 13 horas
3 comentarios:
De DeLillo he escuchado de todo en la blogosfera. Desde alabanzas hasta críticas mordaces. De su obra sólo he leído, hace ya varios años además, "Punto Omega" y recuerdo que me gustó más de lo que me desagradó. Tenía algunas reflexiones como mínimo interesantes, pero a veces adquiría un tono trancendental que rayaba lo pretencioso. Me recordó mucho a "Desgracia" de Coetzee, a la cual podría achacarle un poco lo mismo.
@Lucas Despadas. De momento y por lo que llevo leído de DeLillo, este libro es la excepción, aunque ha habido un poco de todo, desde alguno que me ha encantado (Ruído de fondo) hasta algún otro que dejaba mucho que desear pero sin llegar al ridículo de este (Los nombres). Sin embargo mi experiencia con Coetzee es general bastante satisfactoria en todos los casos (aunque Foe no tanto). Y desde luego Desgracia me convenció al 100%, de hecho ahí empezó mi afición al Nobel sudafricano.
Ahora que lo dices, la reseña que hice en su día no era realmente desfavorable. Quizás me esté confundiendo de novela, así que no me eches mucha cuenta. Le echaré un ojo a lo que tienes reseñado del sudafricano y si me convence algo posiblemente me anime con él.
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