John Maxwell Coetzee vuelve a tomar como protagonista de sus relatos cortos a la escritora australiana ficticia Elizabeth Costello (a quien nos presentó en Elizabeth Costello pero que también aparece en Hombre lento). Bueno al menos lo hace en cinco de los siete cuentos que recoge este breve volumen de literatura breve. Los dos primeros no mencionan el nombre de las protagonistas pero por el contexto yo diría que no tienen nada que ver con dicha autora y filósofa. Los cinco últimos están protagonizados por una Elizabeth Costello de edad avanzada y en una situación bastante complicada con respecto a sus dos hijos. Ellos quieren que se vaya a vivir con alguno de ellos o a un centro tutelado para personas mayores pues aunque todavía se desenvuelve moderadamente bien por sí misma, su salud ya le está jugando malas pasadas debido a su edad. Los dos primeros sin embargo tratan de dos mujeres jóvenes y desde mi punto de vista no hay nada que haga pensar en que se trata de Costello en otros momentos de su vida.
Ese conflicto sobre la senectud, la familia, la decadencia física y la dependencia es el telón de fondo de los planteamientos filosóficos que expone la escritora inventada por Coetzee. Lógicamente abarcan esas cuestiones pero también el proceso de creación literaria y sobre todo, la relación del hombre con los animales, que probablemente sea el aspecto que más ha trascendido de su obra. Su aproximación a la cuestión no es siempre animalista y política (que por supuesto aparece), sino que en ocasiones adopta también un enfoque puramente basado en la empatía y en la conexión que se puede establecer con un individuo de otras especies, lo cual puede llegar a ser contradictorio con la defensa de los derechos de los animales. En una suerte de meta-análisis metaliterario, el Nobel sudafricano explora, a través de la protagonista, los trabajos de otros filósofos que han tratado la relacion del hombre con los animales en su obra (René Descartes, Martin Heidegger o la menos conocida Marian Dawkins). En ellos cuestiona sus opiniones que como es de esperar, son antropocentristas y por tanto limitadas en el espectro de temas a tratar si queremos abordar este asunto correctamente. Al hacer partícipe del contenido de sus textos a John, uno de sus hijos, se establece una lucha dialéctica entre ambos en la cual el vástago expone los puntos de vista más cercanos al pensamiento mayoritario. Sin duda uno de los mayores logros de Coetzee es la naturalidad con que establece el toma y daca de opiniones, que resulta una maravilla leer.
El libro me ha encantado pero me ha sabido a muy poco. Apenas sobrepasa las cien páginas de extensión y siendo malpensado, tiene toda la pinta de ser una maniobra editorial para aprovechar la gallina de los huevos de oro. Luego está la traducción, que aunque está muy próxima a la norma neutra, tiene ciertos elementos de la variedad dialectal de Argentina que han logrado que me resulte mucho más extraña que si fuera 100% argentino. Las particularidades léxicas son menores (ciertos términos y giros que aparecen muy ocasionalmente), pero las sintácticas me han hecho perder un poco la atención. Y es que aunque no se usan las formas verbales propias del español de América del Sur (voseo, imperativo), el pretérito perfecto brilla por su ausencia. El pasado simple lo sustituye siempre. Donde estoy acostumbrado a emplear "he desayunado" aquí se lee "desayuné", aunque hayan terminado de tomarse las tostadas y el café hace cinco minutos. Por supuesto es perfectamente válido usar el pasado simple, de hecho si nos atenemos al número de hablantes que lo utilizan, su uso es muchísimo más frecuente (por ahí dicen incluso que el pretérito perfecto está en franca retirada en el lenguaje hablado). Pero a mí en una situación de proximidad temporal me resulta adecuado usar este tiempo verbal compuesto, ¡qué le voy a hacer! En fin una rabieta inofensiva y absurda a la que no hay que hacer mucho caso porque el libro se disfruta igual con el perfecto que con el pasado simple. Tenéis más reseñas en Anika entre libros, El blog de Juan Herranz o Culturamas. Curiosamente los dos primeros no consideran de interés mencionar la relevancia que los derechos de los animales tienen en los textos. No son los únicos, he curioseado otros blogs de reseñas y lo mismo. Parece que lo evitan aunque lo cierto es que por destacarlo no estás obligado a compartir su opinión ni a hacerte activista del FLA.
El volumen del tiempo - Solvej Balle
Hace 3 horas
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