Cuando el monje capuchino Medardo se hace cargo de las reliquias del monasterio de B., debe cuidar también de una pieza muy particular que no se muestra a los creyentes. Se trata de uno de los frascos con que supuestamente el Diablo tentó a San Antonio durante su retiro espiritual en el desierto. El hermano Medardo, que ya de niño tuvo experiencias con lo sobrenatural y lo divino a través de apariciones, se ve tentado a probar el elixir que contiene dicho recipiente. Cuando lo hace, los pensamientos pecaminosos que ya pugnaban en él se hacen incontrolables e inicia una carrera de degeneración y perversión que incluye todos los delitos habidos y por haber.
A pesar de que Los elixires del diablo es considerada un clásico de la novela gótica de terror, yo solo la encuadraría en dicho género con bastantes reservas. No negaré que contiene muchos fenómenos extraordinarios de índole religioso, con visiones del Maligno, Santos, Santas y el Santo Niño. También reconozco que el concepto más importante en toda la narración es el desdoblamiento de personalidad a través de un doppelgänger fantasmagórico. Pero por más que estos elementos puedan considerarse habituales en las historias de horror, si hay algún calificativo que por encima de todos los demás define a la perfección el libro es el de folletinesco. Dicho además con la peor de las intenciones posibles. Porque el folletín para hacer reír me parece perfecto, pero casa muy mal con discursos filosóficos sobre el bien y el mal. Medardo que huye. Medardo que desea a una joven. Medardo que se topa con apariciones y su doble. Medardo que medra en sociedad, urde planes y engaña a su entorno para consumar sus bajos deseos con la joven. Medardo
que presa de la locura mata por doquier y huye. Y vuelta a empezar. Así
sin descanso desde su convento en B. que cae por algún lugar de Prusia
hasta llegar a Roma, topar con el Papa y vuelta a su monasterio.La sobreabundancia de situaciones y personajes, el trasfondo romántico/carnal, el constante ir y venir por principados, pueblos y ciudades sin otro objetivo que verter litros y litros de tinta que repiten las mismas tonterías una y otra vez es, en una palabra, insoportable.
¿Y qué decir del estilo de E.T.A. Hoffmann? El maestro de lo fantástico y del romanticismo alemán compone frases interminables en las que solo hay un punto tras decenas de frases subordinadas o coordinadas y yuxtaposiciones sin fin. Un poco como la que acabo de escribir yo, pero a lo bestia. Párrafos enteros así poblando los capítulos al completo. Sin mesura ni control, ¡a lo loco! ¡Yuxtaponiendo como si no hubiera un mañana! Cuando terminas de leerlos resulta difícil recordar de qué había empezado a hablar. Y si además las sentencias son interrogativas, la situación resulta tan absurda y ridícula que provoca la risa. ¿Qué sentido tiene entonces redactar estas preguntas kilométricas, en las cuales se vierten cientos de ideas, algunas con tan solo una vaga relación incial con el concepto que se intenta desarrollar, por más que en la cabeza de autor pudiera tenerlo, si se empeña en articular un jucio demasiado complejo empleando un lenguaje que además de afectado es artificioso, consiguiendo así perder el objetivo principal del lenguaje, que es la transmisión de un mesaje? ¿No os parece que ninguno? Las revisiones y relecturas son casi obligatorias para poder entender algo. Y por si esto no fuera suficiente, el texto está hinchado artificiamente con constantes historias anidadas que poco o nada tienen que ver con la trama global. ¿No querías caldo? ¡Pues toma dos tazas!
En resumen: una pérdida de tiempo. Y que conste que aún guardo un excelente recuerdo de los dos volúmenes de Cuentos de Hoffmann que leí hace ya cinco años. ¿Pero esta novela? Pretenciosa, densa, repetitiva y aburrida. Tenéis más reseñas en La espada en la tinta y Búsqueda de hogar tras el bostezo. Los dos coinciden conmigo en que la novela es pesada, pero aun así creen que es interesante y merece la pena leerla.
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