A Esteban el comienzo de la crisis de 2008 le sorprendió en la que fue la única aventura empresarial de su aburrida vida como propietario de una humilde carpintería en Olda, un pueblo levantino un poco al interior y a tan solo una decena de kilómetros de la población costera de Misent. Cuando ya debería haberse jubilado, aportó una gran suma de dinero para asociarse con Tomás Pedrós, un especulador inmobiliario de la zona. Así que con 70 años se ve obligado a cerrar el negocio, despedir a sus empleados y esperar la resolución judicial sobre la liquidación de deudas de la carpintería. Como penitencia extra debe cuidar a su padre de noventa y pico años, cuya enfermedad le hace totalmente dependiente. Esteban toma la voz para narrar su vida: la amarga relación con su padre, el amor y admiración que profesaba a su tío, el gran fracaso amoroso que le marcó siendo joven, su renuncia a la escuela de Bellas Artes para volver a su pueblo natal a aprender el oficio de su pardre y heredar en el futuro el modesto negocio. Junto a sus experiencias iremos conociendo también los puntos de vista de otras personas de su entorno. Sus pocos amigos, con quienes pasa rato en el bar, a la cabeza Francisco Marsal, a quien conoce desde que eran críos y que nacido en buena familia, ha tenido una vida glamourosa y de éxito. Fue precisametne Francisco quién terminó llevando a Leonor al altar, su gran y único amor. También hablará Liliana, una inmigrante colombiana que le ayuda en los cuidados del anciano. Y los antiguos empleados de la carpintería; a Álvaro, el más antiguo, le han consideran un miembro más de la familia; otros llegaron con el boom de la construcción, Jorge, Julio, Ahmed. Es precisamente éste último, un inmigrante marroquí, quien nada más empezar el relato descubre un cadáver muy descompuesto en una zona pantanosa cercana a Olda. Dicho cadáver interpretará un papel discreto que será clave para entender al protagonista.
Con esta novela Rafael Chirbes consigue radiografiar más aspectos de la realidad social española usando de nuevo como telón de fondo la especulación inmobiliaria y la cultura del pelotazo a través del ladrillo. Si en Crematorio el protagonista era el arquetípico especulador de éxito salido del arroyo, que disfruta de una posición inmejorable en pleno auge del sector, en En la orilla la acción transcurre tras la crisis económica mundial, cuyo efecto más notorio en nuestro país fue la
debacle en la construcción y la explosión de la burbuja
inmobiliaria. Esta vez los protagonistas son los que han salido peor parados: trabajadores poco cualificados, inmigrantes o familias con hijos pequeños que también quisieron su parte del pastel pero a quienes les salió el tiro por la culata y se quedaron con una mano delante y otra detrás.
El tono general del texto es terriblemente sombrío y deprimente, ya que el desastre que compone la vida de los personajes que la pueblan es la culminación de unas vidas dirigidas a un descalabro que se preveía inevitable ya desde el parto. Vejez, soledad , pobreza y enfermedad son el resultado de una existencia desdichada caracterizada por la ausencia de alegría, empleos aburridos y mediocres, familias capaces de anular toda ilusión, perpetuando así la miseria generación tras generación. Como viene siendo habitual con este autor, no tiene reparos en mostrarnos lo peor del ser humano, así que cada uno de los participantes en la trama es hipócrita, engreído, vanidoso, falso, avaro, mentiroso, desalmado, egoista o cualquier otra combinación de vilezas que se nos ocurra. La verdad es que estamos ante una novela despiadada cuya lectura inflinge un dolor y un desánimo espantoso. Estoy seguro de que vidas como las narradas existen por todos lados, de hecho ciertos aspectos incluidos en la trama me han resultado insoportablemente cercanos, de ahí que haya tenido que darme un descanso en un par de ocasiones porque mi capacidad de resistencia ante tanto espanto (y tan próximo) se veía superada. También influye el estilo de Chirbes, ese hilo de conciencia imparable, denso y angustioso que no te deja descansar ni un momento. Me ha parecido muy buen libro aunque en mi opinión hay que tener mucho estómago para abordarlo. Mucho. Tenéis más reseñas en El placer de la lectura, Un libro al día y La nave de los locos, que me ha parecido especialmente acertada.
Un siglo en Urano
Hace 1 hora
2 comentarios:
Me has sorprendido, Cities. Pensaba que la frase "La verdad es que estamos ante una novela despiadada cuya lectura inflige un dolor y un desánimo espantoso" iba a ir seguida de un "¡BIEN!"
Pero no.
¿Qué ha pasado con tu afición a la desgracia?
@el convincente gon: Pues igual es que la desgracia, así como concepto abstracto y como parte de una obra ficción, resulta más entretenida que cuando lo que hace reflejar una experiencia personal. Yo diría que la cosa va por ahí.
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