Finales de los 1980s, probablemente el último trimestre de 1989 si me viera forzado a precisar algo más. En mis tiernas veinte primaveras un compañero de clase me comenta el libro que se está leyendo, repleto de extrañas patologías médicas de origen neurológico. Toma el título de uno de los casos, que recoge el cuadro clínico de una persona incapaz de reconocer a los objetos ni a las personas, y despierta inmediatamente un interés morboso en mi: se trata de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Meses después, pasados lo exámenes de febrero, me lo presta y tal y como sospechaba, genera en mí un malsano placer resultado de aunar el miedo cerval provocado por esas extrañas enfermedades, a las que imaginaba esperándome amenazadoramente detrás de cualquier esquina, y el alivio relativo que suponía el acto innegable de no padecerlas, al menos por el momento. Casi treinta años después, mientras curioseo las novedades en una librería del centro de Madrid no puedo evitar fijarme en un libro de cubiertas negras ilustrado con la foto de una leatherona sixties que podría perfectamente haber inspirado alguno de los trabajos de Tom of Finland. Le echo un vistazo a la contraportada, donde se explica que En movimiento. Una vida es, en lugar del tratado sobre prácticas BDSM en el mundo gay que yo esperaba, la autobiografía de Oliver Sacks, el mismo autor de aquel libro que tanto espanto me provocó y sobre el cual, quien sabe si como mecanismo inconsciente de autoprotección, apenas había vuelto a pensar.
La carrera literaria de Oliver Sacks se ha caracterizado por la divulgación científica. Con formación de neurólogo y apasionado por la literatura, fue autor de un buen número de libros donde se describían los sorprendentes efectos de las enfermedades y lesiones neurológicas en la percepción física del entorno, la experimentación de las sensaciones y la conducta humana. Entusiasta de su trabajo y dotado de una profunda nobleza y bondad, Sacks insiste en la importancia de escuchar al paciente y establecer una relación de proximidad y confianza con él. Fue esa honestidad y ese afán de conocimiento lo que le impulsó a escribir sobre las enfermedades que padecían y si tuviera que destacar una sola cosa de este libro, sin duda es que ha despertado mi interés en repasar su obra divulgativa, porque está claro que hace veintimuchos años no estaba preparado para leerla.
Respecto a los detalles biográficos al margen de lo profesional, pues me temo que en comparación han resultado de bastante menor interés para mí. A ratos es ameno y curioso, por ejemplo cuando describe su vida en el Londres y la Inglaterra de finales de los 1950s, o en California a principios de los 1960s. Pero en general la impresión que me transmite su escritura si no trata de temas profesionales es la de desafección, de distanciamiento sobre la gente que le rodea. De hecho él mismo reconoce su timidez y sus problemas para relacionarse con los demás, conjeturando además que tal vez su estancia en un internado al que fue evacuado junto con su hermano Michael durante la II Guerra Mundial, y que estaba dirigido por un sádico maltratador, pudo influir en su caracter distante y solitario, hasta tal punto que durante los 1960s le condujo a una grave dependencia de las anfetaminas. Solo en ciertas historias familiares sus palabras me parecen minimamente emotivas: cuando habla de su hermano Michael y de la esquizofrenia que padeció desde crío, por ejemplo; o la devoción por sus progenitores y en especial por su madre, a pesar del rechazo frontal que le manifestó al saber que era homosexual. Por lo demás, su afición por las motos de gran cilindrada y los viajes, la natación o el culturismo a mí, sinceramente, no han logrado seducirme prácticamente nada.
En general me ha parecido una lectura entretenida y muy interesante cuando trata temas neurológicos. De hecho, se podría decir que estamos ante un resumen de los procesos de creación de todos sus libros, al que se añaden detalles biográficos. En todo caso, para que a nadie coja por sorpresa, abundan las notas a pie de página, que Sacks emplea para desarrollar un tema o contar una anécdota en lugar de aclarar alguna cuestión, algo que me ha resultado bastante fastidioso. También hay un constante goteo de nombres de conocidos, amigos, colegas y pacientes que dan forma a su vida pero en mi opinión, lastran la lectura. Tenéis más reseñas en Un libro al día y Ciencia, no ficción.
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