La Alianza ha sufrido una serie de sabotajes por parte de los Invasores en los últimos meses. Cuando se han producido siempre se han recibido emisiones un idioma desconocido al que se asigna el nombre en clave de Babel-17. Después de un estudio exhaustivo, los especialistas del ejército no han sacado nada en claro, así que recurren a Rydra Wong, una joven poeta de 26 años conocida por sus antologías en casi toda las galaxias exploradas. Wong trabajó unos años con los lingüistas militares y demostró unas habilidades extraordinarias en el análsis de lenguajes alienígenas, así que ella es la última oportunidad de la Alizanza para hacer frente a los ataques.
Babel-17 es una de las novelas de ciencia-ficción que suelen aparecer en todas las listas del género cuando se habla de su relación con la lingüística. En concreto y vía Wikipedia, me entero de que Samuel R. Delany desarrolla en esta obra la idea del determinismo lingüístico, esto es, que las lenguas, con su gramática, su sintaxis y su léxico en particular, dan forma y condicionan el pensamiento y la realidad que perciben sus hablantes. Como es un tema que siempre me ha interesado, tenía este libro pendiente desde hace años. Vistas las intenciones, la lectura pintaba estupendamente, pero para mi desgracia ha sido un fiasco total. Os paso a explicar los porqués.
Pera empezar, la novela es una space-opera cuyo desarrollo apenas se apoya en los conceptos psicolingüísticos que supuestamente dieron lugar a su escritura. A efectos prácticos esto supone que apenas un 10% del texto trabaja sobre la hipótesis de Sapir-Whorf. El resto es lo habitual en este subgénero que tantas y tantas malas experiencias me ha proporcionado: descripción de elementos fantásticos, giros de trama sin ninguna coherencia con lo narrado, acción a raudales cuya única intención es asombrar al lector. Nada de lo cual aporta nada de interés a la historia, pues en realidad se trata simplemente de una aventura insustancial. Eso no quita que algunas ideas me hayan parecido muy buenas, por ejemplo, los personajes procedentes del plano espiritual, algo que hasta el momento yo solo había visto en Ygdrasil. Pero está claro que una buena idea tiene que tener sentido dentro de la obra en que aparece para que podamos apreciarla. Si no, no deja de ser más que una ocurrencia original metida con calzador.
Al margen de mi rechazo visceral a las space-operas, hay que añadir que en este caso el universo en que transcurre no está demasiado bien definido. En primer lugar no sabemos muy bien en qué momento transcurre la acción, aunque por alguna referencia parece ser que podríamos estar en el siglo XXIII(1). Por otro lado, a la explicación del contexto del Universo conocido, la Alizanza y los Invasores, el autor norteamericano le dedica solo cuatro frases en todo el libro(2). Y luego tenemos las típicas pamplinas de las space-operas para buscar la conexión con el lector contemporáneo, con referencias culturales anacrónicas y absurdas propias de nuestro tiempo: James Bond, canicas, los fuegos artificiales de la fiesta del 4 de julio, etc. (al menos el piloto de la nave no lleva un sombrero de cowboy, algo es algo). ¿Y qué decir de las chorradas pseudocientíficas? Corrientes de hiperestasis, transmisores hiperestáticos a base de electroplastiplasmas, la memoria de tensión de los materiales polarizados, zonas espaciales radio-densas,... En fin lo que viene siendo un despropósito. Como ya me pasó con Nova, a todo esto se suma que la traducción es terrible a todos los niveles. Esto hace que los pocos momentos en que podría haberme interesado por la novela, es decir, cuando se habla de la relación entre lenguaje y pensamiento, me hayan parecido un sinsentido por una sintaxis incomprensible y la lamentable elección del vocabulario.
Pero por no poner más inconvenientes, además de las almas incorpóreas que actúan como sentidos aumentados en las naves espaciales, destacaría dos puntos que entroncan directamente con la ciencia-ficción soft. El escritor estadounidense defiende en las páginas de este libro la validez de las relaciones sentimentales que involucren a más de una persona. Este alegato poliamoroso se manifiesta en una triada de tripulantes de la nave espacial capitaneada por la protagonista que deben estar enamorados para compenetrarse adecuadamente en sus funciones. En la novela son dos hombres y una mujer, pero también se mencionan triángulos afectivos dos mujeres y un hombre. Por otro lado, en la sociedad terrestre son habituales las operaciones de cirugía estética orientadas a transformar el cuerpo humano e incorporar todo tipo de modificaciones increíbles: colmillos, garras, pieles animales, etc. etc. Estos dos alegatos a la normalización de otros modelos afectivos y al poder del individuo a la hora de definir su identidad (aunque sea a base de bisturí e implantes), podrían tener que ver con que Delany siempre ha sido abiertamente gay. Lo cierto es que ni lo uno ni lo otro condicionan la trama en lo más mínimo, así que este apunte es solo una apreciación personal por buscarle algo de sentido a su inclusión, que desde luego a mí me parece muy positiva y valiente, máxime teniendo en cuenta que la novela data de 1966. En cualquier caso, en mi opinion a la historia no hay por dónde cogerla y no merece la pena dedicarle ni un minuto. Sin embargo, para mi sorpresa es uno de los títulos seleccionados por el ínclito Miquel Barceló en su guía de lectura. Como la noche y el día, vaya.
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(1) "Pero los griegos fueron poetas hace tres mil años, y tú eres poeta ahora".
(2) "Había nueve especies en las siete galaxias al día (sic) exploradas por los viajes interestelares. Tres se habían agrupado definitivamente en la Alianza. Cuatro estaban del lado de los Invasores. Dos eran neutrales".
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