La Costa del Sol en 1970 era uno de los escaparates con que los sectores aperturistas del franquismo mostraban a Europa y el mundo el intento de España de acercarse al progreso y la modernidad. El turismo trajo costumbres más relajadas que socavaban la moral nacionalcatólica sobre el que se afianzaba el régimen. Pero como también aportaba divisas y servía para mejorar la imagen de la dictadura, se hacía la vista gorda. Es en este contexto de sol, playa, bikinis, minifaldas, discotheques y boîtes donde transcurre la acción de Torremolinos Gran Hotel. Más exactamente en torno al hotel de super lujo que da título al libro, cuyos clientes, directivos y empleados nos permitirán contemplar una instantánea de la sociedad española de principios de la década de los 1970s.
Se trata de una novela coral, formato que Ángel Palomino adoptaría también pocos años más tarde en Madrid Costa Fleming. La narración se centra en el director del hotel, sobre el cual bascula el resto de personajes. Hay un grupo fijo compuesto por empleados y clientes, y se van añadiendo otros que, siempre vinculados con alguno de ellos, componen historias breves que nos aproximan al día a día de trabajadores y veraneantes. La prosa es bastante ligera y la historia es muy fácil de seguir. Hay que admitir que al escritor se le da muy bien enlazar las diferentes subtramas, de tal forma que siempre sabemos en dónde estamos, por más que el personaje que lleva la voz acabe de entrar en ella y no vuelva a aparecer nunca más. Por otro lado resulta curioso advertir los cambios que ha experimentado el léxico en las cinco décadas desde que se escribió este libro. Aparecen términos que están en desuso hoy día, por ejemplo 'avenate', que yo recuerdo de uso común cuando era niño (la RAE indica que es propio de Andalucía, ignoro si se seguirá empleando), y también otros que están totalmente normalizados a fecha de hoy, pero que en aquellos años y según el tono del autor, resultaban esnobs ('contactar' y otros propios de la cultura empresarial). Aunque si por algo destaca el libro es por ser un magnífico documento sociológico de la idiosincracia oficialista española de aquellos años.
En Madrid Costa Fleming no resultaba del todo fácil determinar hacia dónde se inclinaba la ideología del autor, que aunque franquista reconocido, al menos en ese libro tomaba cierta distancia ante los acontecimientos que narraba y su forma de entender las cosas. No es el caso en esta novela, cuyas páginas rezuman condescendencia y lástima, sí, lástima por todos aquellos que no tienen la suerte de ser españoles (y franquistas, se entiende). La sociedad que nos muestra es machista, clasista, racista y homófoba. Se alaban los delitos económicos llevados a cabo por alta sociedad, la aristocracia y la clase empresarial emergente. Puede que sean perseguidos por el Ministerio de Hacienda y penados por la ley, pero el pueblo no puede evitar admirar el ingenio de quienes los perpetran en una suerte de actualización de la picaresca a los nuevos tiempos. Se ridiculiza a los turistas, especialmente a los asiáticos, todos los cuales entran en la categoría genérica de 'chinos', para ser descritos puntualmente con el simpático término de 'chinorris'. Sin embargo con los norteamericanos de raza negra clientes del hotel es mucho más ambiguo, ¿tal vez por las buenas relaciones que el régimen mantenía con los EE.UU. desde la firma de los Pactos de Madrid de 1953? Las 'suecas', es decir las extranjeras jóvenes de cualquier nacionalidad que disfrutaban libremente de su vida sexual, son vistas como meros objetos para goce del españolito medio, que sin embargo las desprecia abiertamente por indecentes. Y por supuesto tener sexo fuera del matrimonio se condena no solo con la vergüenza que un acto tan abyecto conlleva, sino con además con una humillante sífilis. Los homosexuales españoles están estereotipados hasta la saciedad: amanerados, insidiosos, histéricos, intrigantes. Si son tolerados entre las clases altas es por su papel bufonesco, algo que en ningún caso los libra de recibir calificativos despectivos (maricas, invertidos, sarasas). Los turistas parecen recibir mejor trato, ya que Palomino empieza por denominarlos simplemente homosexuales, sin duda un concepto más neutro. Pero al poco ya pasan a ser pederastas, término totalmente equivocado con que pretende además criminalizarlos.
En definitiva es complicado no sentir indignación a medida que van cayendo las páginas. Lo cual no quiere decir que a nivel narrativo sea un mal libro. No lo es, como tampoco es alta literatura. Pero es entretenido, adictivo y fácil de leer. El problema radica en las ideas tan perversas que transmite. Pero no olvidemos que así era España hace cincuenta años, así que se trata de un documento impagable que refleja el modo de vida y el pensamiento del tardofranquismo.
Magnifica reseña, así como también la de "Madrid, costa Fleming", del mismo autor. Don Ángel Palomino posiblemente hoy no diga nada a nadie. Está totalmente olvidado. Y murió hace no muchos años, ya muy mayor, pasados los ochenta años. Pero en su momento de gloria, el tardofranquismo y los primeros años de democracia, fue una de los escritores más populares de España. Palomino había sido militar y llegó a dirigir un hotel, porque se metió en negocios turísticos con el boom de los sesenta. Así que es posible que "Torremolinos, Gran Hotel" recoja muchas anécdotas de sus experiencias etc. Sus ideas políticas y en general eran de un franquismo recalcitrante y sin remisión. En eso, no había por donde cogerlo. Incluso escribió algunos panfletos risibles de exaltación de las glorias del Caudillo o sobre la epopeya del Alcázar de Toledo, pedrusco de la resistencia española contra las ateas hordas rojas. Que Dios nuestro señor, siempre misericordioso, le haya perdonado sus desvaríos. Pero cada cual es hijo de su historia y de su tiempo. El tiempo de don Ángel fue el del franquismo, en donde triunfó como hombre de negocios y escritor. Le fue bien en sus aventuras y quería hacer creer que a los demás españoles también les había ido muy bien con Franco. Quienes se quejaban, eran resentidos y rojos anacrónicos. Esta fue la última ideología del franquismo desarrollista, de entraña tan rancia como el nacionalcatolicismo, pero con una fachada más tecnocrática y moderna. Como de hotel. Palomino era fiel trasunto de semejantes ideas autoritarias. Los escritores populares franquistas conservaron muchos lectores hasta bien entrados los años ochenta y consolidada la democracia. Arrastraban a esa opinión popular y populachera de que con Franco vivíamos mejor, había seguridad y pleno empleo etc etc. Eran los literatos del franquismo sociológico. Ahora pienso en Vizcaíno Casas o el prolífico Ricardo de la Cierva, buenos amigos de Palomino. Eran todos de esa generación del francodesarrollismo.
ResponderEliminarPalomino era un señor pequeñito, moreno y de gafas. No se parecía para nada al franquista siniestro de la caricatura o la leyenda. Tenía una apariencia normal y era cordial y simpático. A Franco lo defendía a capa y espada. Para que se fastidien los progres, decía.
Además de estas dos novelas, interesantes, como muy bien se dice, como documentos sociológicos más que literarios, son muy recomendables asimismo sus cuentos, que recopiló en varios libros, y que en ocasiones imitan a grandes escritores: cuentos a la manera de Cela, García Márquez, Aldecoa etc. Palomino era franquista y humorista, mezcla insólita, pero más común de lo que parece en la literatura española.
Descanse en paz. Y poniendo entre paréntesis o contextualizando sus ideas reaccionarias y populistas, siempre podremos disfrutar de algunos de sus libros, que tienen el encanto de lo pasado de moda e ido para no volver, por suerte. Para enterarnos cómo pensaba esta gente, tan cercana en el tiempo y tan lejos de la sensibilidad actual.
Saludos cordiales.
@abc: De nuevo gracias por tus comentarios. Es un placer leerlos y asistir a tu ya habitual despliegue de conocimientos de donde siempre se extrae información que yo he dejado de mencionar (por desconocimiento en gran parte de los casos, las cosas como son). Que sepas que tengo otro libro de Palomino en la buchaca: 'Los que se quedaron'. Es lo que tiene frecuentar las tiendas de libros usados.
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