Viernes por la tarde. Joe Fletcher se dirige al aparcamiento tras acabar su jornada laboral en Softech. Cuando entra en el coche para volver a casa se encuentra con su viejo colega Harry Gerber sentado en el volante. Un Harry de tan solo cinco centímetros. Y una versión aún más pequeña de su amigo está en la caja de cambios. Y unas motitas que corretean por el salpicadero también parecen versiones cada vez más reducidas de Harry. El mayor de ellos le cuenta que viene del futuro. Pero para que eso sea posible, va a necesitar que mañana sábado le lleve $2.000 a la tienda de reparación de electrodomésticos donde trabaja tras el cierre de Fletcher y Cía. Así podrá construir el blúnzer, un artefacto que va más allá de una simple máquina del tiempo, pues le permitirá llegar a convertirse en el Señor del Espacio y el Tiempo.
Señor del espacio y el tiempo es una novela que juega con conceptos habituales en la ciencia ficción pero con un enfoque claramente humorístico y disparatado. Se trata de una actualización de los cuentos tradicionales con genios que conceden tres deseos, pero desarrollada con elementos de ciencia-ficción de cierto peso científico, como la física de partículas o los espacios multidimensionales. Pero que nadie se asuste, por más que estos puntos de apoyo puedan tener cierta conexión con teorías científicas reales, no son más que simples estrategias para buscar la complicidad con el lector friki salido del fandom. No en vano el propio Rudy Rucker además de tener una sólida formación universitaria en ciencias exactas, se interesa por la filosofía y las sustancias enteógenas.
Aunque el objetivo de la novela es divertir, con lo cual uno no esperaría demasiada profundidad, hay que reconocer que logra momentos gloriosos retorciendo paradojas temporales y describiendo escenas demenciales y absurdas con un marcado transfondo matemático. De todas formas el formato es bastante simple: acción agotadora y desmadrada con diálogos ligeros todo el rato. No obstante la novela tiene también algo de sátira. Rucker se ceba especialmente con las religiones y los gobiernos. Y desde luego sabe encontrarle un punto perverso a los deseos que se conceden mediante el uso del blúnzer, empleando para ello en el giro habitual que hace que terminen volviéndose en contra de quien los ha solicitado. En el lado negativo, le he encontrado un ligero tufo machista que históricamente siempre se asocia a los frikis. No sé si el hecho de que se escribió en 1984 puede llegar a justificarlo, pero me ha rechinado un poco tanto insistir en tías buenorras con tetas como pomelos, a lo que se suman unas pinceladas de homofobia, ocasionales pero irritantes. Es fin, es una novela simpática y ocurrente a ratos, pero bastante intrascendente, las cosas como son.
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