Kate es una joven que estudia Filología francesa en alguna universidad de un estado sureño de los EE.UU. Conoce a Grady en un cine, se enamoran, ella se queda embarazada, se casan. Los dos dejan la universidad por algún tiempo y se van a vivir a una destartalada roulotte en mitad del bosque. A pesar de este paisaje idílico, Kate ha tenido una infancia complicada marcada por su familia. Su padre era el predicador de una pequeña isla de la costa noreste de USA. Cuando ella tenía unos ocho años, su hermana mayor murió en un accidente de tráfico. Tenía tan solo once años y conducía su madre. La relación entre sus padres no era muy buena por aquel entonces. Su madre no parecía estar muy bien de la cabeza, y su padre tampoco, a qué engañarnos. Hablaba poco y siempre en términos religiosos. Aun así intentaron tener un niño después de perder a su hija mayor. Por desgracia la madre murió antes de dar a luz y se llevó el bebé consigo. Con este bagaje, está claro que las cosas no pintan bien para Kate y Grady.
La dupla "Joy Williams/autora de culto" aparece en casi cualquier referencia que busquemos sobre ella. Yo no tengo muy claro que sea positivo ganarse ese título, pero sus razones debe haber. Si no me equivoco, con el tomo que me ocupa hoy ya he leído todas las obras de esta escritora que se han traducido al castellano. Aunque los Cuentos escogidos me gustaron, sus novelas Los vivos y los muertos y El hijo cambiado me dejaron bastante indiferente. Lo que soy yo, no había visto motivos para considerarla autora de culto hasta haber leído Estado de gracia. Porque esta novela brilla con luz propia. Se trata sin duda del libro que le otorgó ese calificativo tan ambivalente. Porque estamos ante una de las obras más originales, innovadoras y sobresalientes que he leído en mucho tiempo. Solo por esta maravilla escrita en 1973, Joy Williams se merece un puesto en mi Olimpo personal de autores favoritos. Y a continuación voy a tratar de explicar por qué.
Dividida en tres partes, la primera y la última están narradas en primera persona por la protagonista adulta. En la central, con un narrador testigo en tercera persona, se nos relata su infancia, que revela datos de que nos darán pistas sobre su forma de ser. Aunque en realidad no podemos estar seguros. La información que se nos ofrece es parcial, sesgada y cada uno de los personajes expondrá su versión (interesada) de los hechos. Tendremos que asumir bien pronto que no hay una verdad única y que nadie nos va a solucionar la lectura. Que vamos a tener que esforzarnos en atar cabos. Y ni siquiera así se garantiza nada. Lo que está claro es que Williams consigue infundir la sospecha sobre algún acto ominoso que preside la relación entre Kate y su padre. ¿O son solo imaginaciones nuestras? Porque cuando la joven toma la palabra, la ambigüedad y la indefinición siguen muy presentes en la páginas, solo que de una forma mucho más innovadora.
En segundo libro la narración es más convencional. Hay una cierta linealidad, y aunque haya saltos temporales, no dejan de ser nada a lo que no estemos acostumbrados. No plantean mayor dificultad. Pero los libros primero y tercero, con Kate como narradora, son dos piezas asombrosas en las que, por definirla de alguna forma, la linea temporal zigzaguea sin descanso. Nunca estaremos del todo seguros de si los acontecimientos son presentes, pasados o futuros. Esa incorporeidad del tiempo, junto con la más que cuestionable fiabilidad de la narradora, nos sumergen en una bruma que proporciona un innegable matiz onírico a estas dos secciones. Y la demoledora presencia de su padre consigue que esas imágenes salidas del inconsciente resulten pesadillescas a ratos. La fragmentación del texto permite a Williams escribir lo que podría ser el pensamiento de una joven perturbada. Le resulta casi imposible ser coherente, pero a medida que la narración avanza iremos adquiriendo cierta perspectiva y las cosas empezarán a cobrar sentido. O casi, porque como ya he dicho algo más arriba, la aproximación será incompleta, aunque suficiente para dejarnos la cabeza vibrando con la sensación de haber estado expuestos a una una historia sublime.
Para terminar no quiero dejar de hablar sobre un componente presente en la novela que ya conocía del resto de sus libros. Se trata de un innegable cuestionamiento de la relación del hombre con los animales desde una perspectiva claramente animalista. Esto también se suele mencionar en casi todas sus entrevistas y como ya he dicho en otras reseñas, tiene el mérito añadido de formar parte de su obra desde tiempos tan remotos en el movimiento de los derechos de los animales como principios de los 1970s. De todas formas que nadie se alarme, sus comentarios al respecto, aunque incomodan e incluso te dejan abatido en según que caso, encajan en el discurso de los personajes. No es que abunden pero se hacen notar, junto con otros tantos sobre ecologismo o racismo. En mi opinión estamos ante una obra imprescindible de la literatura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Por su originalidad y singularidad me ha recordado a La subasta del lote 49 de Thomas Pynchon o Ruido de fondo de Don DeLillo. Si tuviera que definirla con una sola palabra, seguramente elegiría deslumbrante.
Hace años, en mis primeros años de carrera, yo tenía "Los vivos y los muertos", también de Joy Williams. Se lo presté a la que era mi pareja por entonces. Por decirlo finamente, se llevó la mejor parte del divorcio. Este que reseñas está en la biblioteca de mi pueblo, pero esperaré a que pasen mis oposiciones para sacarlo. Gracias por tan buena crítica. Has conseguido avivar mi entusiasmo en la autora.
ResponderEliminar@Lucas Despadas: No te preocupes porque 'Los vivos y los muertos' no tiene nada que ver con éste. De hecho sin ser un mal libro, yo no llegué a encontrarle el punto. Si vas a leer a Joy Williams mi recomendación es 'Estado de gracia' o sus 'Cuentos escogidos'
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