5 jul 2017

La náusea - Jean-Paul Sartre

Antoine Roquentin es un historiador que vive de las rentas y está escribiendo una biografía sobre el Marqués de Robellon, un aristócrata de finales del S. XVIII envuelto en mil amores turbulentos y en otras tantas intrigas políticas propias de la época que le tocó. Vive en Bouville porque allí nació dicho noble y su biblioteca y museo mantienen archivos relevantes para su investigación. Pasa los días centrado en su trabajo, entre la habitación del hotel donde se aloja y la biblioteca, sin apenas cruzar palabra con nadie. Cuando empezamos a leer su diario una extraña desazón le ha sobrecogido, de ahí que decida volcar sus pensamientos en el mismo. Este malestar le impide tomar la más mínima decisión, no consigue encontrar sentido a la gente, a sí mismo, a sus acciones. El ambiente provinciano y burgués de la ciudad en que reside le asfixia, pero también le horroriza el anonimato y la agitación de París. Todas estas sensaciones de angustia se somatizan en lo que él donomina «la náusea», una súbita indisposición que le inmobiliza, le bloquea, le anula.

La náusea es una novela de trasfondo filosófico que reflexiona sobre el significado (o más bien la falta del mismo) de la existencia humana. Me ha costado bastante entrar en ella porque poco más o menos hasta la mitad no arranca. Es necesario pasar prácticamente el ecuador del texto para que Jean-Paul Sartre empiece a analizar todo el sinsentido que es la sociedad y todas las falacias sobre las que se construye la vida del hombre. Hasta ese momento no nos queda más remedio que asistir a una narración bastante inconsistente en la que se combinan descripciones interminables del entorno del protagonista. Visitas a los cafés de Bouville; inventariado de sus calles, sus edificios, sus parques; explicación de la tediosa vida de sus habitantes y de sus personalidades históricas ilustres. Es cierto que esto nos ayuda a llegar a entender el estado de desesperación en que se sume Roquentin, a quien no sería difícil de calificar como depresivo, pero esto no quita que se haga bastante pesado. En cualquier caso, una vez que el autor entra de lleno en sus razonamientos y nos enseña que nuestra presencia en el mundo es un acto absurdo al cual no es posible encontrar sentido, el libro se vuelve absorbente y su lectura se transforma en un placer.

Como nota curiosa, se indica que Roquentin es un hombre maduro, con gran experiencia y muchos viajes a sus espaldas, tanto por placer como por razones profesionales, sin embargo casi al final del libro nos enteramos de que  tiene poco más de treinta años. Esto no deja de sorprender aun sabiendo que la novela fue escrita los años 1930s y que sin duda por aquel entonces el proceso de maduración personal era mucho más rápido. Yo desde luego reconozco que me ha costado bastante asimilar que alguien de esa edad pueda estar tan hastiado, tan profundamente agotado de existir. La brecha cultural tan profunda que se muestra respecto a un treintañero actual, no digamos ya la económica, es insalvable. Quizás nos resulte más fácil asociar esta apatía y rechazo a la vida tan vacía que vivimos con la crisis de los cuarenta. En fin, bobunas mías. Tenéis más reseñas en Solo de libros y El habla.

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