31 mar 2016

El hombre del salto - Don DeLillo

Keith Neudecker es un superviviente del atentando contra las Torres Gemelas del 11-S. Completamente aturdido, con un maletín en la mano, muy mal aspecto y heridas de escasa consideración, se presenta en casa de Lianne, su ex-mujer, minutos después de la catástrofe. Tras este incidente retoman la relación, y Keith se muda con su mujer e hijo. David Janiak es un artista que tras los atentados realiza una performance callejera en la que con ayuda de unos arneses, se cuelga de cualquier saliente y adopta la postura del hombre que Richard Drew capturó en su famosa fotografía The falling man, de ahí que se le conozca popularmente como El hombre del salto. Nina Bartos, la madre de Lianne, lleva más de 20 años en una relación afectivo/sexual con  Martin Ridnour, un marchante de arte europeo con varios domicilios conocidos y seguramente casado, de quien se sospechan simpatías o quizás incluso pertenencia al alguno de los grupos terroristas de de izquierda anticapitalista alemanes de los 1960s-1970s. Hammad es un estudiante de arquitectura musulmán que viven en Hamburgo, donde se relaciona con islamistas radicales que terminan reclutandole para la yihad. Será uno de los terroristas que participará en el secuestro de los aviones usados como misiles contra las torres WTC1 y WTC2 del World Trade Center.

Resulta muy complicado abordar un relato de ficción que gire en torno a los atentados del 11-S. Don DeLillo lo ha hecho centrándose en los efectos que provoca en los supervivientes y su entorno familiar más próximo a corto y medio plazo. Y el resultado, impecable de acuerdo a mi conocido gusto por las historias desgraciadas, me temo que no es muy esperanzador. Es de suponer que todos lo afectados y damnificados por los mismos tuvieron que continuar con sus vidas, pero al menos para los personajes protagonistas y en el periodo de tiempo que abarca el libro (hasta unos 3-4 años después) el panorama es terrible. En primer lugar Keith, ya instalado con su familia, tiene una breve aventura sexual con la dueña del maletín que llevaba el día del accidente, que para nuestra sorpresa no era suyo. Poco despues se mete en el circuito de partidas de poker en casinos, llevando una vida desordenada y solitaria, de ciudad en ciudad, viviendo en hoteles impersonales y solo volviendo a NY de cuando en cuando. Lianne además de tener que sobrellevar su nueva situación personal, con un marido cada vez más ausente, debe enfrentarse a sus propios fantasmas. Con un historial familiar de casos de Alzheimer y un pavor irracional y obsesivo a poder ser la siguiente víctima de esta enfermedad, solo encuentra refugio y algo de estabilidad en la religión (católica). Es digno de mención que al autor no le tiemble el pulso a la hora de incorporar en el argumento otros movimientos radicales que emplearon el terrorismo en Europa en los 1970s. Los usa para hacernos reflexionar sobre las enormes diferencias culturales y religiosas entre Oriente Medio y Occidente, que no justifican, pero sí pueden explicar que amplios sectores de la población hayan simpatizado en diferentes momentos de la historia con algunos movimientos violentos.

A nivel técnico, la novela se abre y cierra con el relato de los atentados. Entre medias, los capítulos se suceden de manera no lineal, con discontinuidades en la trama, saltos temporales hacia delante y hacia atrás. Resulta desconcertante al principio pero enseguida se le coge el tranquillo. Por un lado esta técnica exige estar muy atento al texto y empezar a mascar bien el párrafo desde el primer momento (a riesgo si no, de no deglutirlo bien), por otro lado le aporta mucho dinamismo, tanto que los cambios de contexto unidos al escenario neoyorkino en que trascurre la acción, le aporta un je ne sais quoi cinematográfico. Por otro lado, el sutil desconcierto que provoca recuerda en parte a Ruido de fondo pero mucho más trabajado, más elaborado. Tenéis más reseñas en Confieso que he leído y El lamento de Portnoy.

2 comentarios:

  1. No he leído nada de este autor, y este es de los libros suyos que tengo como prioritarios, dado que a mí también me atraen las historias dramáticas :) Quizás porque los mecanismos de la felicidad son más desentrañables, y no tanto los de la infelicidad. Tomo nota del inicio desconcertante para estar atenta desde el principio.

    Un abrazo

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  2. @Ana Blasfuemia: Yo empezaría con Ruido de fondo. Hasta donde se puede comprobar en la blogosfera, es de lo mejorcito de DeLillo y yo creo que te dejará con ganas de más.

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