Sevilla en pleno verano, o sea: mucho, mucho calor. La policía con el personal bajo mínimos por vacaciones y se produce un asesinato mediático: una mujer muere atropellada, el atropello resulta ser intencionado (la aplastaron dos veces) y la encuentran con un chupete en la boca. La inspectora Camino Vargas, jefa del Grupo de Homicidios, se encarga de caso junto con su equipo. Todo apunta a un asesinato machista a manos de su ex-pareja, pero en pocos días aparecen dos mujeres más asesinadas con elementos propios de bebés situados en la escena: un babero la segunda, patitos de goma la tercera. Y las tres estaban embarazadas. Así que resulta urgente resolver el crimen para evitar que el pánico cunda en la ciudad.
Novelas como Progenie son las culpables de que el género negro no se encuentre entre mis favoritos. No recuerdo haber leído nada tan infame en años. Es tan mala, tan cutre y tan ridícula que la indignación trasciende el hecho de que sea una novela negra, porque hay ejemplos de sobra de novelas criminales que son obras de arte. Pero esto que ha escrito Susana Martín Gijón es una auténtica tomadura de pelo. Me cuesta creer que un sello como Alfaguara lo haya publicado porque a nivel narrativo no vale ni el precio del papel en que está impresa. Así que me da que pensar que se trata de una estrategia comercial que claramente pretende aprovecharse del tirón que este género ha tenido en los últimos años, con el extra además de estar escrita por una mujer y tocar un buen montón de temas actuales de gran calado social.
La novela se desarrolla en torno al derecho de la mujer a tener y criar a un hijo por sí sola, sin participación ni injerencia de un hombre. En realidad este es el único aspecto reivindicativo que tiene justificación en la trama, y como era de esperar se aprovecha para incorporar varias soflamas feministas que no por ser ciertas resultan creíbles dentro del hilo narrativo. Sobre esta idea de maternidad hay un giro final que resuelve el caso que es de lo poco que salvaría de la historia si tuviera intención de salvar algo. La violencia machista es el segundo gran elemento que articula la acción, otra gran preocupación social que por desgracia llena los telediarios de noticias dramáticas y que también resulta coherente en la historia. Pero no contenta con estas dos reivindicaciones/denuncias, Martín Gijón introduce varios personajes accesorios e innecesarios en la trama a los que dota de características que traen cuestiones varias a la palestra: hombres gays en el armario; hombres gays fuera del armario; un matrimonio de lesbianas que quieren tener un hijo; la endogamia en el mundillo literario; el círculo vicioso pobreza-marginación-violencia, ¿se puede romper?; enfermedades raras; etc. Al final el libro habla de tantas cosas en tan poco espacio que nada de lo que cuenta resulta verosímil. El refranero español ya lo avisa: quien mucho abarca, poco aprieta.
Y luego tenemos a los personajes principales, todos ellos construidos sobre los clichés habituales del género. Hay divorciados que tienen mala relación con su ex-mujer y no saben cómo relacionarse con sus hijos; personajes casados con matrimonios en crisis; personajes casados con matrimonios de larga duración que ponen un contrapunto divertido y entrañable; personajes que tienen aventuras sexuales en el trabajo; y por fin, la inspectora Camino Vargas, sin duda uno de los personajes más desagradables con que me he topado en mucho tiempo. Ojo, que no digo que no puedan existir protagonistas que sean cargantes y de carácter arisco, ¡faltaría más! Pero nada de lo que llegamos a saber de la inspectora sugiere ni un motivo para explicar esa personalidad tan misántropa y con esa moral tan laxa que le permite saltarse todas las leyes de cara a resolver un caso. ¿Había comentado ya lo de los clichés? En realidad otro de los grandes problemas del libro es que los personajes pecan de una falta de verosimilitud absoluta. ¡Es que ni siquiera un gato que aparece a mitad del texto es creíble! Un gato que se deja coger por un desconocido que lo saca de su casa, un gato que andarea despreocupado por una oficina repleta de gente extraña, todo bastante inconceible si tenemos en cuenta el comportamiento habitual de estos felinos. Dudo mucho que Martín Gijón haya convivido con un gato en toda su vida.
A todos estos problemas de construcción de la acción y los personajes se suma una acción trepidante y sin descanso sustentada por una prosa como de redacción de escolar de primaria. Todo muy descriptivo y explicativo, muy mascado para que no perdamos el hilo. De verdad que no doy crédito, pero no contenta con una novela, la autora sevillana ya ha terminado una trilogía protagonizada por esta inspectora. Tenía cierto interés en leer la segunda entrega, Especie, que parece que tiene un trasfondo animalista. Visto el resultado con la primera, dudo mucho que llegue a hacerlo.
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