Un escritor sin demasiado éxito presenta su nueva novela a un editor. Éste promete que la publicará a condición de que le ayude a encontrar a Juan Pérez, quien hace unos meses les remitió una novela manuscrita de factura impecable. Sin embargo no tienen sus datos de contacto, ya que el texto llegó en un sobre desde Penurias, un pueblo del interior de Uruguay, sin contener la información necesaria para localizar al autor. Así que con un pequeño adelanto económico, nuestro hombre parte rumbo a esta localidad dispuesto a completar una investigación en la que no prevé ninguna dificultad.
Dejen todo en mis manos es una novela corta de Mario Levrero sin demasiada sustancia. Narrada en primera persona por el protagonista, es fácil de leer y se da cuenta de ella en una sentada. Tiene un claro trasfondo humorístico, componentes procaces de índole sexual y además, unas leves pinceladas de elementos absurdos y kafkianos. Pero muy, muy leves, nada que ver con La ciudad. El único punto que considero digno de mención es la sencillez y precisión con que el autor uruguayo introduce el mundo de los sueños en la trama. En lugar de los habituales desmadres oníricos repletos de elementos fantásticos, se limita a decir un par de simplezas muy acordes con mi propia experiencia de los sueños, como por ejemplo "recuerdo tres caballos que sonreían, haciendo propaganda de un dentífrico", o bien "me fui durmiendo mientras le seguía dando vueltas al asunto, que en pocos instantes se volvió una fatigosa lucha contra un gorila que provocaba desórdenes en un supermercado". Al menos en este aspecto se merece un ¡olé!, por su originalidad. Ahora que por lo demás, no es más que una historia simpática pero intrascendente.
Lo mejor en este autor es que en sus libros de corte onírico más que angustia lo que existe es fatalidad, como si los personajes fueran reencarnaciones de alguien que viene de muy lejos y de muy atrás y ya esté cansado de tanto vivir. Así empieza su novela "París." Un París que es la síntesis alucinante de distintas épocas y en donde todo sucede a la vez y se repite eternamente; no existe en este libro una sucesión temporal clásica. De esta forma, al protagonista no le queda otro remedio que navegar oscuramente entre los sueños, entregándose a esta vida irreal como un espectador desalentado. No participa y todo pasa por delante de él como en una pantalla de cine. Es muy original esta perspectiva de Levrero, porque sus protagonistas más que actuar dejan que las cosas sucedan sin ellos, como resultado de un destino fatal, quizá prefijado desde siempre, o del puro azar. No existe el tiempo. El tiempo no es una sucesión lineal de antes y después que otorga sentido y significado a los sucesos y relieve humano a los personajes que los protagonizan o que tienen alguna participación en los mismos. Porque Levrero se libra del tiempo, en su mundo no existen ni la esperanza ni la desesperación. No hay angustia en sus novelas por esa razón. No existen sucesos que alteren la vida, dotándola de dinamismo, de verdad. En realidad, no hay acontecimientos como tales acontecimientos porque no existe la sucesión temporal. En sus novelas lo que existen son escenarios estáticos y poco profundos que desprenden un fulgor frío e irreal. Son equiparables a los cuadros de Magritte o Delvaux, en algunos casos, o a fotografías un poco borrosas y oscuras, en otros. No hay una lógica en lo que se cuenta; y como todo es irracional, el miedo (que es la irrupción de lo irracional en un mundo inteligible y ordenado) carece de sentido. Donde todo es raro, lo raro no puede sorprender ni asustar. Dentro de los sueños, los héroes cansados de Levrero se dejan llevar por la corriente, una especie de rara eternidad, y aunque a veces intenten algo, o piensen de manera autónoma y racional, o quieran salir del bucle y decidirse y actuar, o sea existir, siempre terminan en el mismo lugar, como peonzas, no solucionan nada, sus pensamientos les aturden sin empujarles a una decisión, porque no hay nada que solucionar en este mundo fantasmagórico que no tiene principio, ni fin, ni fines, ni sentido, ni razón de ninguna clase. El protagonista (?) es una sombra que actúa como un autómata dentro un universo carente de perfiles nítidos o lógicos. ¿De quién hay que huir o a quién se debe buscar? A nadie; como no existe una búsqueda personal, no hay tampoco conflicto ni intriga. ¿Existe algún peligro? Ninguno. Todo está prefijado y las cosas solo pueden ser como son. En un universo determinista la muerte o la salvación no existen porque este mundo funciona por sí mismo y sus habitantes simplemente deambulan como fantasmas sin implicarse en nada. En el caso de que sea todo casual, sin diseño previo, todavía peor: la irrealidad de Levrero no es un paraíso soñado por un Dios, sino puro azar. Desde luego, no hay criaturas más tristes, vacías y despojadas de cualquier emoción o realidad que los personajes de Levrero. Como contrapunto, sus paisajes oníricos tienen una gran fuerza y originalidad, incluso plástica. Con este ramillete de reminiscencias extrañas teje Levrero sus novelas, que son el triunfo del subjetivismo total, de la emancipación de la lógica y de la muerte del personaje autónomo, ahora degradado a la condición de autómata en un universo que se le escapa y del que no puede escaparse. Parecen novelas surrealistas. Vamos, que hay que leerlas.
ResponderEliminarSaludos.
Totalmente de acuerdo con la reseña. Es cierto que la novela se queda corta (sobre todo si tenemos en cuenta que la escribió Levrero), pero aun así se deja leer y tiene sus hallazgos.
ResponderEliminarAunque nada tenga que ver con Levrero, a quien le guste la literatura sobre sueños etc le recomiendo la lectura de “El hotel del cisne”, una rara novela tardía de don Pio Baroja.
ResponderEliminar@abc: Has hecho un análisis impresionante de la obra de Levrero, ¡bravo! Muchas gracias por el comentario, la verdad es que tiene muchísimo más cuerpo que el post y si no estuviera decidido a seguir acercándome a su obra (que lo estoy), desde luego que me habría convencido para hacerlo.
ResponderEliminar@Oriol: La verdad es que mi intención original con Levrero era seguir con la 'Trilogía involuntaria' pero este librito se cruzó conmigo en una tienda Re-Read y como tuve tan buena experiencia con 'La ciudad' no me lo pensé y lo agarré. Por cierto que muy pronto van (vamos, voy) a tener que crear un grupo de autoayuda para aprender a decir NO en las tiendas de libros de segunda mano. En la tanda de incluye este libro tuve en mis manos uno de Irvine Welsh, y me siento muy orgulloso de haberlo dejado donde estaba. ¡No todo está perdido!
@Pol: Muchas gracias por la pista. Un escritor muy peculiar, Pío Baroja, ¿no te parece? La Felguera editó hace no mucho Las calles siniestras. Antología del eterno paseante, un libro de ensayos de lo más canallesco que lo aleja de mi única experiencia con su obra, de obligada lectura en las lejanas clases de literatura española del BUP y que todo hay que decirlo, me atrae mucho más.
Baroja es un autor raro de verdad, original y extraño. Es un realista sentimental, por decirlo de alguna manera. Y el libro que mencionas es una maravilla de edición. Lo que pasa es que es un poco caro je je. Muchas gracias por la recomendación. Del instituto recuerdo "El árbol de la ciencia", novela que está muy bien, pero que no me parece la "mejor" de Baroja para nada y encima es depresiva como pocas.
ResponderEliminarSaludos y feliz comienzo del verano.