Eduard Limónov escribió nueve libros en los dos años que pasó en prisión mientras cumplía condena acusado de terrorismo. El libro de las aguas fue uno de los primeros que terminó entre rejas y recoge una serie de recuerdos biográficos que siempre guardan relación con el agua. De hecho los contenidos se dividen según la forma en que se presenta el líquido elemento y nos trae un total de ocho bloques para agrupar sus memorias en torno a mares, ríos, fuentes, lagos y estanques, saunas y baños, etc. El germen de esta idea se encuentra una extravagante promesa que se hizo el autor ruso en 1972: bañarse en toda aquella extensión de agua que encontrara en su camino.
Es necesario dar cuenta del contexto carcelario en que se gestó este tomo para entender a qué nos enfrentamos. Limónov fundó y fue líder del NBP, un partído de ideología nacional-bolchevique, hasta su disolución en 2010. Su gran implicación en los aspectos políticos derivados de la disolución de la antigua Unión Soviética le llevaron a participar en un buen número de contiendas en los países del ámbito de influencia de la antigua URSS. A nadie debería extrañar por tanto que la mayoría de los recuerdos que vuelca en este libro, escrito durante su reclusión en la cárcel a consecuencia de ese activismo, tengan una carga política incuestionable y además, glorifiquen la guerra como una característica esencial que define a nuestra especie. El autor ruso asocia la virilidad a valores como la camaradería, el coraje o la osadía que considera imprescindibles para tomar parte en un conflicto armado. Como es de esperar, esta visión tan tóxica de la masculinidad va regada con hectolitros de alcohol, festejada con toneladas de carne a la brasa y acompañada de continuas hazañas sexuales. Toda esta introducción parece llamar al rechazo, sin embargo no tengo ningún problema en reconocer que el libro me ha resultado una auténtica maravilla.
A pesar de su ideario reaccionario y del transfondo totalitario de sus opiniones políticas, Limónov escribe con auténtico entusiasmo. Sus textos son capaces de transmitir pasión por la vida y convencimiento para lograr unos objetivos como pocas veces he visto. Se nota a la legua que esa pasión y convicción, sean compartidas o no por el lector, son reales y salen del estómago más que de una estúpida charla motivacional que nos invita a seguir creciendo como personas y afrontando retos (con la intención última de que trabajemos más tiempo por menos dinero, claro está). La inmediatez y la intensidad de su prosa tienen un tono celiniano innegable que resulta todavía más evidente cuando incluye algún improperio barriobajero a destiempo. Como por ejemplo después de haber estado párrafos y párrafos rememorando sus penurias amorosas en París, Moscú o Nueva York. Por otro lado sus fantasías megalómanas, por más que a veces puedan parecer patológicas, dan muchísimo juego a nivel literario y hacen que todo lo que narra sea una aventura apasionante, entretenidísima.
De todas formas creo que hay algo de farsa y de impostura en estos recuerdos que se nos presentan como biográficos. Por las razones que sean, la persona que se nos da a conocer en este volumen sólo coincide en parte con el auténtico Limónov. Al fin y al cabo en Soy yo, Édichka, no tenía inconveniente en hablarnos sobre sus experiencias homosexuales durante su estancia en la Gran Manzana, algo que no encaja con el retrato de macho-man que hace aquí de sí mismo. También me parece recordar que en la semblanza que Emmanuel Carrère hizo de él en Limónov, el francés comentaba que precisamente durante su estancia en prisión nuestro hombre se hizo vegetariano, derrumbando así el mito que asocia la masculinidad con el consumo de carne. Y por mucho que nos veamos obligados a leer numerosas gracietas machistas, demuestra gran sensibilidad y respeto hacia todas las mujeres que fueron sus parejas. En definitiva tengo razones para sospechar que hemos de tomarnos el libro como una biografía ficcionada cuya intención última es aumentar su propia leyenda más que darnos una imagen fidedigna de su persona. Puede que no terminemos de conectar con lo que dice, pero lo hace con tanto arte que será difícil que no nos rindamos ante él.
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