Dentro de un número no precisado de siglos en el futuro, la población fija de la Tierra la componen los tres mil millones de personas que sobrevivieron las múltimples epidemias y desastres medioambientales que se fueron a llamar la Gran Reducción. La sociedad que se ha creado en torno a este número se denomina el vivo, y ha logrado la inmortalidad sustituyendo cada muerte por un nacimiento que hereda la clave del fallecido. Que viene a ser su historia, sus recuerdos y el acceso a un mundo virtual que funciona como una red social, al cual se entra con un bioimplante. Al menos eso es lo que les cuentan a los ciudadanos en esta distopía tecnológica de tintes orwellianos.
Como puntos fuertes de la historia tenemos las múltiples capas y giros narrativos con que Anna Starobinets vapulea al lector. La autora rusa juega con la ambigüedad de tal forma que hasta prácticamente el último capítulo no sabes cuál es el discurso. En un primer instante te hace pensar que se han dinamitado con éxito los modelos tradicionales de convivencia: se fomenta el desapego familiar/emocional, los hijos se separan de las madres a los siete años, el ateísmo está institucionalizado, el sexo se disfruta en festivales-orgías como una opción de ocio más, etc. Poco después conoceremos grupos que están en contra de estas medidas que consideran antinaturales y por tanto promocionan la pareja estable, la fidelidad, la familia, la religión, etc. Y entre ambos extremos comprobamos que tanto unos como otros son despreciables por sus propios motivos y que el ser humano no tiene solución sean cuales sean sus creencias.
A los elementos más habituales de las distopías clásicas (modelado y manipulación de la realidad mediante el lenguaje, vigilancia estatal 24/7), el vivo impone un patrón de referencia tecnológico que en mi opinión falla por estar está muy anclado a las tendencias existentes en los años previos a la fecha de su publicación (2011). Así nos presenta una sociedad totalmente enganchada a redes sociales mezcladas con mundos virtuales que se experimentan en varias capas de (ir)realidad. Nueve años después de aquello, Facebook ya no tiene apenas presencia en los medios, aunque la balanza ahora se inclina por twitter, que sin duda seguirá su estela en pocos años. Y la superficialidad de Instagram solo sirve alimentar la vanidad de sus usuarios. Por otro lado los asistentes virtuales, la realidad aumentada o la realidad virtual solo tienen cierta implantación en el mercado de los videojuegos por más que de cuando en cuando las noticias hablen de su prometedor uso en la cirugía vascular cerebral más delicada. Con lo cual, ese futuro distópico propuesto por Starobinets resulta, menos de una década después, desfasado, anticuado y poco creíble. Lo cual no es óbice para que el texto funcione ya para que una novela tenga éxito no hay como recurrir a valores eternos: la miseria del ser humano en sus múltiples formas.
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