La Ciudad Embajada es un pequeño enclave humano en el planeta Arieka, en los confines del Inmer conocido. Es a todos los efectos una colonia del distante planeta Bremen, con el que mantiene un contacto comercial contínuo aunque a intervalos muy, muy espaciados debido a su lejanía. La especie autóctona son los Ariekei, unos seres inteligentes cuya descripción física se hace aunando elementos de insectos-caballos-corales-abanicos. Los Ariekei, también llamados Anfitriones, dominan la biotecnología hasta límites inconcebibles por la ciencia humana, siendo éste uno de los factores de mayor peso en las transanciones entre ambas especies. El particular lenguaje de los lugareños, denominado el Idioma, es comprensible para otras especies inteligentes, pero ellos sólo lo pueden entender cuando lo articulan los Embajadores. Se trata de parejas de clones Terre creados mediante ingeniería genética en Ciudad Embajada, y que han recibido un entrenamiento específico para llevar a cabo esta función. Los clones pueden pronunciar el Idioma, que se caracteriza por tener dos voces simultáneas, y ademas, son percibidos por los Ariekei como un sola mente, ya que no solo basta con hablar dos voces a la vez, algo que podría hacerse con grabaciones. Otra de las características únicas y diferenciadoras del Idioma es que es expresión unívoca del pensamiento y la realidad que perciben los Anfitriones, impidiendo por ejemplo la especulación o la mentira. De ahí que necesiten una mente tras los sonidos articulados. En este contexto es donde conoceremos a Avice Benner Cho, una joven Terre nacida en este planeta que tras ser inmersora durante una larga temporada, regresa a Ciudad Embajada con Scile, su tercer cónyuge, que es lingüísta y está muy interesado en estudiar el Idioma. Su vuelta a casa coincide con la llegada desde Bremen del primer Embajador no gestado en Arieka desde hace miles de kilohoras. Este nuevo Embajador levanta aún más sospechas cuando se descubre que no son clones, sino dos personas sin parentesco alguno. En cuanto es presentado a la sociedad local y a los Anfitriones, se producirán unos cambios en la fisiología de los Ariekei totalmente inesperados e incontrolables. El desenlace de los mismos pondrá en riesgo la continuidad y la vida de la colonia humana en el planeta.
Embassytown es una novela de ciencia-ficción repleta de ideas muy originales desde el punto de vista de ficción especulativa y que además parte de una base psicolingüística muy interesante también. El concepto global de los alienígenas, su particular e intrincado lenguaje, su concepción de la realidad, su tecnología, su arquitectura, etc. es de lo más extraño y menos antropomorfo/antropocéntrico con que me he topado nunca. Pero para mi desgracia, China Miéville se pasa de rosca dando vueltas y más vueltas sobre esos planteamientos hasta el punto de que ha conseguido agotarme ya desde la segunda o tercera parte de las nueve que componen el libro. El principal fallo que encuentro es que la trama que se infla innecesariamente a base de meter historias y personajes cuyo peso en la acción se diluye hasta desaparecer a medida que se suceden los capítulos y sin que su presencia haya quedado justificada. La noción de Inmer, por ejemplo, me parece asombrosa. Ya sean los viajes de la protagonista como inmersora, la descripción del espacio desde una perpectiva multidimensional y gravitacional, o las extrañas manifestaciones de impensables elementos astrofísicos que lo pueblan darían de por sí para una novela. Pero por más fascinante que sea, en realidad no aporta nada de relevancia al argumento. Nada. Nitchs. Rien. Otro caso similar lo tenemos en Ehrsul, una automa con un software Turing muy avanzado que es la mejor amiga de la protagonista. Pues bien, Ehrsul es otro ingrediente sin interés que se toma y se deja según conviene, y cuya ausencia no alteraría en lo más mínimo el tema que trata la novela. Por otro lado, también a destacar negativamente un cierto regusto a Deus ex Machina en varias ocasiones a lo largo del texto. Algunos personajes que habían pasado sin pena sin gloria se revelan de pronto y muy interesadamente como claves en el progreso y/o resolución de la trama, que se había quedado estancada tras capítulos y capítulos de incursiones en la Urbe de los Anfitirones, descripciones de sus costumbres, explicaciones sobre cuestiones lingüísticas o detalles sobre las biotecnolgías que caracterizan a dicha especie alienígena.
En fin, no me quiero enrollar más que voy a terminar escribiendo una reseña tan pesada como la novela. No puedo terminar sin mencionar que en el fondo, y a pesar de lo hábil que es Miéville para generar un escenario completamente alejado de la visión humana de la realidad, el mensaje final es profundamente antropocentrista. Pues sí, resulta que el Idioma es defectuoso en tanto en cuanto es fidedigno a la realidad que perciben los Anfitriones. Pero que no se preocupe el Inmer que ahí estamos los humanos para conseguir que todo gire y se adapte a nosotros, a nuestra forma de concebir la existencia y con los parámetros que a nuestra especie le vengan bien. Todo ello, por supuesto, sin intención de hacer colonialismo cultural/ideológico. ¡Qué va! Está más que comprobado que el ser humano se mueve siempre con las mejores intenciones y ánimo de enriquecer no ya la comunicación interespecie, sino a las especies en su totalidad, a las que les concedemos la habilidad de ser tan ruines y miserables como nosotros. Por resumir en una frase y siempre bajo mi opinión personal, muy buena base para una novela fallida. Visto lo popular que es este escritor, que acumula premios del género y reseñas elogiosas por toda la blogosfera, me da la impresión de que me voy a quedar bastante solo en mi opinión. Más reseñas en Pepe Fotón y Papel en blanco, muy favorables las dos; algo menos son los comentarios que podéis encontrar en Los ojos del visitante y Rescepto, cosa que me deja un poco más tranquilo.
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