Lucina (Lina para los amigos) es chilena pero está haciendo un doctorado en alguna universidad de Nueva York. Las complicaciones asociadas a la diabetes que padece le provocan derrames oculares, hasta tal punto que con el último que sufre se ha quedado ciega. La única posibilidad de recuperar la visión es someterse a una cirugía muy complicada. Pero antes debe dejar pasar un mes porque podría ocurrir que su cuerpo absorba la sangre. Aprovechará ese tiempo para volver a Santiago a ver a su familia, donde ser reunirá también con su pareja, Ignacio, quien llegará unos días después.
Sangre en el ojo es una asfixiante novela que entra de lleno en el turbulento y a veces cargante mundo de la autoficción. No es solo que la protagonista se llame igual que escritora, sea de la misma ciudad y tenga casi su mismo perfil personal y profesional: escritora, periodista y becada para escribir. Es que Lina Meruane también es diabética y como era de esperar, perdió la visión temporalmente debido a dicha enfermedad (ver Wikipedia). Nos enfrentamos entonces a un texto que partiendo de un conocimiento de primera mano de una experiencia tan traumática, explora los sentimientos que provoca en el paciente, y ya adelanto que el resultado no es ni agradable ni fácil de llevar.
A nivel estilístico tengo que admitir que la escritora chilena es muy habilidosa, con frases cortas, certeras y directas consigue transmitir la idea de inmediatez en los acontecimientos. Se da la circunstancia de que emplea además algunos recursos que hacen que la narración sea muy entretenida. Por ejemplo introduce de cuando en cuando palabras o frases simples en inglés, que dotan a la lectura de unos elementos orales y coloquiales que la aproximan mucho al habla real. Es verdad que la mezcla puntual de idiomas no es algo infrecuente en literatura, pero sí que usa otros giros que se salen completamente fuera de lo convencional. En concreto tiene la costumbre de terminar muchas frases con preposiciones, algo que no es propio del castellano y que podría verse como una traslación de lo que ocurre con el inglés, donde es normativo. Al principio choca leer algo así pero funciona muy bien: en seguida te familiarizas y ese matiz extraño se vuelve adictivo.
En realidad, pensándolo fríamente, Meruene escribe muy bien, pero el enfoque que ha dado a la historia juega en su contra. Y es que la protagonista adquiere en papel de víctima y proyecta sobre sus seres queridos todo el resentimiento y el rencor que le provoca el delicado estado de salud que atraviesa. Desde una posición pasivo-agresiva, vuelca toda la bilis y todo el vitriolo de sus entrañas sobre sus padres, sobre sus amigos, sobre Ignacio, quien sale especialmente malparado en la que pasa a ser una relación malsana de codependencia. No digo que algo así no pueda pasar, al contrario, estoy seguro que todas las personas que se enfrentan a una enfermedad grave deben pasar por una fase similar. Es solo que toparse con tanta rabia y frustración sin que haya otro objetivo que exponer un catálogo de formas de odio y amargura, no es solo terriblemente desagradable, sino también muy pobre desde un punto de vista narrativo. Consigue que la novela se transforme en una historia de terror y maltrato psicológico que al menos en mi caso, hace que me cuestione seriamente la calidad del resultado. Eso sí, entendida como recordatorio de la apostilla "en la salud y la enfermedad", me parece impagable.
Solo que después de contarnos que está ciega, nos decís que viaja "a ver" a su familia. Dificil.
ResponderEliminar@Dr. Fabián: No tan difícil la verdad: ver también tiene el significado de visitar, pasar tiempo con alguien, que es el que adquiere en el texto. De todas formas por más que la expresión sea correcta semánticamente, te doy la razón en que debido a la cegera de la protagonista hay opciones más apropiadas.
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