J. W. Denham es un cuarentón destacado en Tokyo como alto directivo de una empresa británica de importación/exportación. Estamos entre finales de los 1950s y principios de los 1960s. La descolonización del Imperio Británico está en marcha, pero los delirios de grandeza siguen notándose en la prepotencia y la condescendencia que gastan los ciudadanos de Inglaterra con todo aquel que, bajo su punto de vista, no ha tenido la suerte de nacer en aquellas tierras (a decir verdad a fecha de hoy todavía no se han conseguido sacudir ese espejismo, pero en cualquier caso es ésta una cuestión queda fuera de las intenciones de esta reseña). Denham vuelve a UK a pasar los dos meses de vacaciones que le corresponden cada dos años. Así pues se trasladará a casa de su padre en una ciudad de las Midlands durante unas semanas. Allí se verá expuesto a la idiosincrasia de sus compatriotas, que tras muchos años expatriado y en contacto con otras culturas, resultará extremadamente contradictoria y difícil de llevar.
Hace hace tan solo unos meses me llevé la sorpresa del año al toparme con la faceta humorística de Anthony Burgess en Enderby por dentro. Así que no me lo pensé ni un segundo cuando encontré un ejemplar de El derecho a una respuesta de segunda mano, más aún teniendo en cuenta que desde la contraportada prometía una sucesión "sin interrupción de momentos de colosal comicidad". Y los tiene, vaya si los tiene. El absurdo de las situaciones, los personajes y las observaciones del autor británico consiguen conquistar al aficionado al típico humor británico con relumbrantes chispas de ingenio. No es solo que provoque la risa, es que además te obliga a rendirte ante la originalidad y la agudeza del sutil pero acertado análisis del ser humano que destilan sus frases. Sin embargo el resultado global no ha llegado a convencerme del todo por los temas de fondo. El humor no consigue ocultar aspectos de crítica y sátira bastante crudos que guían la acción. Por un lado, las actitudes clasistas y racistas de la sociedad británica. Por otro, un elogio insostenible del matrimonio, que el autor nos presenta como institución fundamental para la realización del ser humano y cuyo cuestionamiento no puede sino traer desgracias.
La crítica al racismo de la sociedad británica está alineada con la situación que se experimentaba durante aquellos años en el Reino Unido, cuando oleadas de inmigrantes de las antiguas colonias y a partir de entonces miembros de la Commonwealth se estaban instalando en el país. El color de sus pieles, siempre oscuro, provocaba un rechazo visceral dondequiera que se instalaran. Aunque en principio Denham parece tener una visión menos reaccionaria de los inmigrantes debido a sus estancias prolongadas en otros países, lo cierto es los aires de superioridad producto del imperialismo siguen estando muy presentes en su comportamiento. Alguien podría preguntarme ahora cuál es el problema en que haya un personaje racista en una novela. El problema aparece porque no resulta difícil trazar un paralelismo entre el protagonista y Burgess, que por aquella época acaba de regresar a su país de origen tras haber estado durante unos seis años en Malasia y Brunei. Esta identificación provoca que proyectemos sobre el propio autor el sutil racismo del protagonista, haciendo que se te tuerza el gesto durante la lectura. Tampoco resulta agradable tener que enfrentarse a la defensa a ultranza del matrimonio que inunda las páginas. Todos aquellos que cuestionan su validez con actos inmorales (adulterio, intercambio de parejas, separación, etc.) acaban sufriendo las mayores desgracias. Pero por si quedaran dudas de la moraleja entre líneas, en el capítulo final el propio Denham nos deja claro que la sacrosanta unión de hombre y mujer es la única manera de dar sentido a nuestra existencia en este planeta.
En fin, no voy a negar que me he reído leyendo este libro. Tiene una colección de personajes que son memorables y muchas de las situaciones descritas son desternillantes a más no poder. Incluso me atrevería a decir que las referencias a William Shakespeare, tanto directas pues está relacionado por parentesco con uno de los personajes secundarios, como por ciertos elementos de comedia y drama que se incluyen en la acción, aporta también mucho interés a la lectura. Pero el tratamiento que se da a los leitmotivs (racismo, matrimonio), y el tufo a moralina, que no abandona las páginas ni un segundo, dejan un regusto tan, tan rancio que me ha agriado por completo la impresión global.
¡Ay, la moralina! Buena reseña, Cities.
ResponderEliminarOriol
Hola:
ResponderEliminarYo me lo apunto porque Burgess me parece uno de los escritores más inteligentes que ha habido y seguramente su vena humorística merecerá la pena, pese a todo.
En cuanto a su defensa del matrimonio, reordemos que para e´l sería un sacramento indisoluble, pues era católico de religión. Supongo que tal vez no tan convencido como otros colegas suyos británicos, pues él no era converso, sino de familia católica, pero aún así, el pertenecer a esa iglesia en un país mayoritariamente protestante le tuvo que afianzar en sus convicciones, supongo.
Gracias por la reseña.
@Oriol: Me alegro de que te haya gustado. Un placer tenerte por aquí, como siempre.
ResponderEliminarJuan G.B.: Mejor busca Enderby por dentro que es humor tan bueno como el de ésta y sin moralina alguna.