A Connie Ramos nunca le ha ido demasiado bien en la vida. Estadounidense de origen mexicano, la pobreza y la marginación la acompañan desde el nacimiento, con unos padres inmigrantes que apenas se pudieron adaptar al modo de vida de los USA. Desde una violación, a un aborto ilegal que casi acaba con su vida, lo único que parecía sonreírle eran las relaciones sentimentales con los hombres. Pero a ellos por desgracia tampoco les fue demasiado bien y acabaron asesinados, bien en la calle, bien en la cárcel. Total que con apenas 35 años vuelve a dar con sus huesos en un hospital psiquiátrico debido a unos brotes de violencia, por los cuales ya había sido ingresada anteriormente y que en ocasiones previas pusieron en riesgo la integridad de su hija, que fue entregada en adopción por los servicios sociales. Sin embargo Connie (Consuelo) tiene una extraordinaria capacidad como receptora de mensajes transmitidos desde el futuro. Es así como Luciente entra en contacto con ella. Se trata de una mujer que vive casi un par de siglos más adelante, en una sociedad nueva creada tras la debacle de la actual. Durante su estancia en la institución mental, Connie entrará en contacto con esta sociedad igualitaria y de gran conciencia medioambiental, pero tendrá que aceptar que se trata solo de una de las posibles alternativas a la cual se llegará si en el curso del tiempo actual se desarrollan los acontecimientos adecuados.
Mujer al borde del tiempo es dos novelas a la vez. Por un lado tenemos una crítica feroz a un sistema socioeconómico condena a la pobreza y a la marginación a una grandísma parte de la población. Por otro tenemos una utopía de corte feminista (es decir, igualitario), ecológica y anarquista. De la combinación de ambos y como contraposicióna la utopía, se realiza una proyección distópica de un futuro basado en un capitalismo hipertecnificado donde todas las personas se convierten en productos de consumo y deshechables.
Los aspectos de crítica al capitalismo y a la criminalización de la pobreza me han parecido abrumadores, devastadores. Podría parecer que la descripción de la realidad de la protagonista es un caso límite, pero yo diría más bien que está a la orden del día si hablamos de los EEUU, donde lo público (educación, sanidad, etc.), brilla por su ausencia. También resulta admirable el análisis que Marge Piercy hace sobre la inmigración y las discriminación que sufre todo aquel que no sea blanco y anglosajón en aquel país. Si el racismo ya era más que evidente en 1976, fecha de la publicación de este libro, en 2020 sigue bien activo como demuestra el movimiento Black Lives Matter. Así que por desgracia no se ha avanzado mucho. Al final tenemos un sistema donde el capitalismo salvaje no ofrece oportunidades a personas perfectamente capacitadas para mejorar sus vidas, condenandolas a la enfermedad y la delincuencia, como por desgracia le ocurre a la protagonista. En lo tocante a este enfoque del libro, una gran ovación para Piercy.
Respecto a la propuesta de sociedad utópica, que la autora situa en 2136, se basa en todos las ideas progresistas que se llevan barajando durante años como tendencia a la cual debería dirigirse la sociedad. Igualdad entre hombre y mujer, reparto igualitario de tareas, promoción y fomento de la formación continuada en las aptitudes e intereses propios de cada individuo, sexualidad libre, respeto y normalización de la diversidad sexual, abolición de culquier tipo de discriminación, integración con la naturaleza y conciencia ecológica (con algunos matices que aclararé más adelante), núcleos de población pequeños que persiguen la autonomía y el autoabastecimiento, etc. Los aspectos más radicales de esta sociedad utópica son, en primer lugar la eliminación de la maternidad física, que se traslada a unas máquinas útero(1). Como extensión de ésta, de concibe la crianza de los niños en grupos de tres personas que actúan oficialmente como madres (en el sentido de progenitores, que pueden ser hombre o mujer indistintamente), aunque la educación y el cuidado se realiza por toda la aldea. También se ha eliminado la jerarquización del poder, que se ejerce siguiendo un modelo anarquista horizontal donde todas las decisiones que afectan a los habitantes de la aldea se toman colectivamente. Finalmente el lenguaje sexista también ha desaparecido, de forma que ninguna forma de pronombre personal distingue entre masculino y femenino como categoría gramatical.
El modelo utópico propuesto por Piercy recoge prácticamente todas las luchas progresistas existentes historicamente, eliminando todas las diferencias y vergüenzas propias del capitalismo. Por ello resulta muy estimulante y esperanzador. Sin embargo flaquea en su propuesta ecologista en tanto en cuanto el modelo de relación con los animales sigue siendo de dominación. Hay que admitir que la escritora lo intenta al menos, pero resulta errónea por complaciente. ¿Por qué no se puede renunciar a usar a los animales como alimento ni siquiera en una sociedad futura utópica que solo existe (y existirá) en el papel? ¿No es suficinete que incluso la propia autora manifieste en el texto el derroche de recursos que supone comer animales? Me explico. En los primeros capítulos Luciente no hace más que insistir en que la alimentación es principalmente de origen vegetal, que se busca el autoabastecimiento con especies mejoradas por ingeniería genética, etc. Sigue habiendo animales por supuesto, tanto de compañía como ganado, que no vive confinado sino en semilibertad por toda la aldea, y cuya carne se come solo en ocasiones especiales. A los pocos párrafos nos dice que tienen celebraciones cada dos semanas, porque el espíritu del ser humano es el de disfrutar y compartir los logros de la sociedad bla, bla, bla. Y claro, con cada fiesta llegan los asados de ternera, ganso, pato, salmón a la plancha y hasta zarajos de Cuenca si te pones. En fin, si haces las cuentas da la impresión de que en Mattapoissett, que es como se llama la aldea utópica, no se come tan poca carne como la autora quiere hacernos creer. Además en otro momento de la narración nos apunta que hay otras aldeas donde sí se come carne en abundancia, un poco como mecanismo de compensación histórica por un pasado en el cual no tenían acceso a ella por falta de recursos.
Hasta aquí lo único que podría argumentar en contra es que me gustará más o menos la utopía de Piercy, pero que al fin y al cabo es suya y la ha imaginado según le ha venido en gana, ¿verdad? Pues bien, así sería si no apareciera la disculpa expresa al uso de animales como comida y a la caza. Me explico: en una proyección que ni las mejores expectativas de los etólogos actuales podrían concebir, se ha logrado la comunicación con los animales (hay una escena memorable de Luciente hablando con su gato). No con palabras claro, sino con un conjunto de símbolos reconocibles entre los humanos y las diferentes especies, unas lenguas de signos interespecie. Lógicamente cuando Connie ata cabos le pregunta a su anfitriona: "¿qué le dices a la vaca que estás a punto de comerte?". Y la respuesta no puede ser más propia de la disonancia cognitiva: se lo explican al rebaño, que es consciente de ello, y no hay nada más que hablar. Esta mamarrachada sin lógica alguna entronca con lo que en el movimiento animalista se conoce como la excusa del agradecimiento. Darle las gracias al animal que vas a matar para comértelo no le supone ningún alivio del sufrimiento que supone el acto de morir. Solo sirve como mecanismo de engaño para aliviar la conciencia de quien mata al animal. Que por otro lado y como la autora debería saber si tiene idea de lo que ocurre en un matadero, dudo mucho que esté dispuesto a morir para formar parte pasiva del festín humano que se celebra, por ejemplo, el día de Washoe, la primera chimpancé que aprendió a utilizar el lenguaje de signos. ¡Ahí es nada! ¡Celebramos la comunicación con los animales zampándonos unos cuantos! En mi opinión, un patinazo de altura.
Yo entiendo que no se puede contentar a todo el mundo, pero está claro que Piercy ha intentado nadar y guardar la ropa en cuanto a su débil propuesta animalista, que ni siquiera aparece como tal sino englobada en una supuesta conciencia ecológica elevada. Sirva este pequeño análisis (para quien haya terminado de leerlo), como contrapunto a una novela que excepto en esta pifia, me ha parecido estupenda. Son 500 páginas que se leen en un pispás, saltando de la desesperación del hospital psiquiatrico al futuro utópico, en viaje de ida y vuelta para volver a empezar.
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(1) Tenéis un interesantísimo artículo sobre esta propuesta tan de ciencia-ficción feminista radical en La caja negra.
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