Por lo que Kameron Hurley comenta en los distintos artículos que comprenden La revolución feminista geek, resulta admirable el esfuerzo y la motivación que esta autora ha puesto en el oficio de escribir. Se ve que siempre ha creído en sí misma y que no se ha dejado vencer por la frustración y las constantes negativas editoriales al principio de su carrera. Ella insiste en que el esfuerzo constante es la única manera de lograr lo que quieres, a pesar de reconocer que ciertos sectores de la población lo tienen más fácil. La clase socioeconómica a la que perteneces, la raza y el sexo son factores de peso para triunfar. Y ahí le doy la razón completamente. Tanto en la parte motivacional como en la adversativa.
El libro se divide en cuatro partes (Subir de nivel; Geek; En lo personal; Revolución), pero ahora mismo no sabría deciros las diferencias entre ellas porque todas tocan más o menos los mismo palos. Algunos de los textos me han resultado interesantes en tanto en cuanto tratan temas como el proceso de creación y la escritura; o bien ponen de manifiesto las desigualdades que hay en este sector tan especializado de la narrativa. Hurley insiste con un ahínco admirable en la responsabilidad de los escritores para promover el cambio y las mejoras sociales. Algo tan sencillo como por ejemplo de dar visibilidad desde su obra a sectores de la población cuya presencia en las mismas se ha ninguneado sistemáticamente, pues la ciencia-ficción ha sido manejada desde sus orígenes principalmente por hombres blancos heterosexuales. Asi que ella se ha preocupado activamente en incluir mujeres, personas de otras otras etnias y/o pertenecientes al colectivo LGTB+ bien como protagonistas, bien como personajes. Yo en realidad todavía no he leído ninguna obra suya de ficción, pero solo este esfuerzo en visivilizar sectores de la población ampliamente ninguneados en el género haré lo posible por remediarlo en el medio plazo.
Todo eso está muy bien desde luego, pero la cuestión es que Hurley se pasa todo el rato dando la monserga con Internet, los chats, los importancia del fandom, los foros, que si los haters de twitter se amenazan a las mujeres sin que sean castigados, que si las mujeres gamers son ya el 50% del total de aficionados a los videojuegos pero siguen sin ser tenidas apenas en cuenta, etc. etc. Todos los artículos tienen algo de esto en mayor o menor detalle. Uno, otro, el siguiente, el que viene después del siguiente. Y otro, y otro y otro. Así hasta que se acaba el libro. Y claro, yo, que no tengo más presencia en Internet que este blog y no tengo ningún interés en el mundo de los videojuegos, he terminado cansándome muy pronto. Mucho. Porque se repite con lo mismo todo el rato. Que no es que no tenga razón, si yo no se la quito. A mí me encanta la ciencia-ficción, sobre todo las obras publicadas en el periodo 1950s-1980s, donde no es extraño encontrar unas perlas machistas de aúpa. Pero de ahí a preocuparme por los intríngulis del sector, la profesionalización, la SFWA o el fandom, hay un gran trecho. En definitiva, que no he acertado con este libro y que poco o nada voy a aprovechar de él.
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