Los desastres medioambientales junto con una epidemia de esterilidad en el ser humano son el punto de partida para que Kate Wilhelm imagine un futuro en que la supervivencia de nuestra especie se fundamentará en su clonación. Donde solían cantar los dulces pájaros se divide en tres partes, en cada una de las cuales se nos describe el estado de dicho proceso en sucesivos instantes de tiempo. En el primero una familia muy poderosa y con una perspectiva muy clara del cataclismo que se avecina decide iniciar el clonado del homo sapiens en un recóndito valle, en donde construirán un centro de investigación con dicha noble intención. En la segunda parte la clonación ya es un hecho; ocurre que todos los clones procedentes de la misma fuente se comportan como una mente colmena. Se descubre que si uno de ellos se separa del grupo, su familia-clon se ve afectada negativamente, pero mucho peor parado resulta el clon que se ha tenido que distanciar. En la tercera y última, un niño nacido de un par de clones que han experimentado previamente esa separación del grupo, se significará como el germen de quien renacerá la humanidad según el modelo social que conocemos ahora.
Me temo que me ha tocado tragarme otra de esas obras pretenciosas de los 1970s de la que apenas he disfrutado. Si es que no hay más que ver el título, sacado de un verso de Shakespeare por lo visto. Reconozco que el principal problema que le veo es el enfoque antropocentrista de la trama. Y es que Wilhelm guía la acción sobre la idea de que la individualidad es la esencia del ser humano. Así pues, esos clones-hermanos que forman un todo, y a quienes la autora les niega la incapacidad de crear, explorar, crecer como individuos o ser mejores personas, se presentan como los enemigos a batir. Los malos de la película. Una evolución del homo sapiens que no supone una mejora, sino degradación de la especie. Y es verdad que tienen un lado perverso, pero me gustaría recordarle a nuestra querida escritora que es ella quien ha decidido que el homo sapiens cause la extinción de su propia especie, ¿solo para que pocas páginas después nos venda que el ser humano es preferible a sus herederos-clones? No sé, a mí me parece contradictorio y ridículo. Y resulta terriblemente complaciente con el pensamiento mayoritario. Como ya he indicado más de una vez, a nivel narrativo resulta mucho más interesante trabajar ideas que vayan contra corriente. Solo con que hubiera optado por que los clones se conviertieran en una segunda oportunidad para la Tierra, eliminando de un plumazo al homo sapiens y le queda una novela memorable. Bueno, tanto no creo, pero más rompedora, seguro.
Al margen del tema de fondo, que constituye uno de los enemigos a combatir en este blog, la obra resulta terriblemente simplona en todas las propuestas que guían la acción. Las dificultades de los pioneros en la clonacion, las mentes colectivas de las familias de clones-hermanos, sus crisis cuando se ven separados, el elogio a la creatividad e individualidad, bla, bla. Todo como contado a niños de parvulario. No voy a negar que aparecen algunas ideas típicamente New Wave que son dignas de destacar (normalización de la homo/bisexualidad y del sexo como actividad recreativa no orientada a la procreación, un canto a la naturaleza como parte indisoluble de la vida, etc.), pero de todas formas insisto en que se trata de un libro prescindible. Probablemente a mediados de los 1970s resultaba novedoso y transgresor especular con la clonación humana dentro de la corriente catastrofista imperante en la literatura prospectiva. Sin embargo cuarentaitantos años después, este libro no tiene apenas tirón ni empaque. Por lo poco que curioseado en Internet y a pesar haber sido premiado con el Hugo de 1976, la mayoría de las reseñas de la blogosfera coinciden conmigo en que el libro es bastante flojo.
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