Estamos en una ciudad italiana de provincias próxima a Turín en los años previos a la II Guerra Mundial. Anna es una niña de unos diez años de edad cuando comienza Todos nuestros ayeres. Su padre es un antifascista obligado a vivir bajo la dictadura de Benito Mussolini. Trasmitirá su ideario progresista y de izquierdas a todos sus hijos, en especial al primogénito, Ippolito, quien pronto se interesará por la política junto con un par de muchachos de su edad: Emanuele, hijo de una familia burguesa vecina; Danilo, un ex-novio de su hermana Concettina. Las redes familiares y de amistad que se establecen entre unos y otros nos permitirán componer un cuadro de lo sucedido en Italia en aquellos tiempos tan convulsos y terribles. Y será Anna quien centrará toda la vision de los acontecimientos.
Hacía mucho que no leía una novela tan emotiva y tan bien escrita. En realidad, Natalia Ginzburg hace poco más que limitarse a narrar sin pausa, pero sin prisa, y con una habilidad pasmosa, unos serie de hechos que se van desplegando como una malla al involucrar a un buen número de personajes. Toda la narración tiene un aire a cuento clásico, yo diría que sin diálogos (no podría jurarlo, pero para mí que no hay), de tal forma que las pocas conversaciones que aparecen se integran en el texto como citas entrecomilladas en estilo directo. El hecho de que el narrador sea en tercera persona hace difícil advertir que en realidad, todo se desarrolla en torno a la figura de Anna. Esto es así hasta bien entrados en contexto, pues en los primeros capítulos se presentan tantos personajes que resulta complicado advertirlo.
El libro se divide en los partes, la primera transcurre en la casa familiar en el norte y en la segunda nos trasladamos a un pueblín del sur de Italia, de donde es natural Cenzo Rena, un antiguo amigo del padre de Anna con quien ella contraerá matrimonio con tan solo 16 años de edad. Si en la primera parte la autora italiana hace una denuncia demoledora del fascismo como concepto, en la segunda incluye además a una sociedad que imponía unas terribles condiciones al pueblo llano y los campesinos: pobreza extrema, enfermedad y muerte, incultura y analfabetismo. Los personajes están caracterizados con una sabiduría asombrosa. A pesar de la crítica frontal al totalitarismo fascista que realiza, Ginzburg nos deja muy claro que en cuestiones morales todos nos movemos en un rango de grises, excluyendo las visiones polarizadas de blanco o negro a las que es tan fácil llegar cuando se tratan estos temas. Que una mujer cuyo marido fue torturado hasta la muerte por antifascista tenga la entereza y el valor de afirmar algo así, nos habla de su grandeza como persona. Que de una manera u otra, es la que logra transmitir a todos los personajes del libro. En fin, una verdadera maravilla, no se me ocurre otra cosa que decir. Tenéis más reseñas en Devoradora de libros (excelente, completísima), El blog de fábula y El pájaro verde.
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