Marv es un matón enorme y con una cara horrenda deformada por mil peleas. Una noche liga con Goldie, una chica espectacular que a todas luces queda completamente fuera de sus posibilidades. Cuando despierta tras una noche de alcohol y sexo con ella, la encuentra muerta a su lado. La cogorza que llevaba le ha impedido enterarse de nada de lo que ocurrió, pero ahora sí que puede escuchar a la policía al otro lado de la puerta de la habitación. Por descomunal que sea su resaca es consciente de que si vienen tan pronto a por él, es porque alguien ha dado un chivatazo. Es ese momento cuando nuestro hombre se propondrá encontrar al responsable de la muerte de Goldie, aunque se deje la vida en ello.
Que yo nunca he sido muy aficionado a los cómics ya lo he dicho más de una vez. Que en general mi aproximación al género ha sido desde las adaptaciones a la gran pantalla de títulos reconocidos, también lo he mencionado tanto como lo anterior. Así pues si he llegado a tomar contacto con el universo de Sin City, del hoy ya mundialmente conocido Frank Miller, ha sido gracias a la película homónima de 2005. Sin City. El duro adiós es la primera historia que creó aunque según el propio autor, cronológicamente sería la última (ver artículo en la Guía del cómic). En ella asistimos a una trama criminal que incluye todo, todo, todo lo que cabría esperar en el género negro y por desgracia resulta habitual hasta la extenuación. El antihéroe protagonista personificado en un delincuente curtido en mil batallas. Prostitutas asesinadas, prostitutas que son testigos accidentales de actos criminales, prostitutas que huyen y buscan refugio en una cama. Psicópatas crueles y perversos, policías corruptos, hombres todopoderosos que manejan los hilos de Basin City, la sórdida ciudad que actúa como telón de fondo y protagonista de lujo. Y todo ello regado de toneladas de acción y violencia, por supuesto.
A pesar de incorporar ciertos elementos puntuales contemporáneos en cuanto a algunos personajes, en realidad el guión no es nada del otro mundo. Un cliché pastiche de miles de historias similares que ya se han escrito con anterioridad. Sin embargo desde un punto de vista gráfico, el cómic es super original, algo que sin duda ha favorecido su éxito. Para empezar, la narración tiene una gran componente visual. Me atrevería a decir que el 50% de las viñetas carece de cajas de texto o bocadillos con diálogos, lo que le proporciona un ritmo muy cinematográfico. Por otro lado, Miller usa exclusivamente tinta negra en los dibujos (por lo menos en este tomo es así). Como prácticamente toda la acción transcurre de noche, suele dibujar las escenas en negativo, lo cual le permite imprimir un tono inquietante a toda la historia. Su técnica es muy depurada y se caracteriza por mostrar perspectivas imposibles o recortar las escenas para destacar en el elemento de mayor importancia. Algunas viñetas parecen juegos de percepción, ilusiones ópticas o una composición de op-art más propia de Bridget Riley. Tanto es así, que en ocasiones resulta difícil interpretar una escena tras lo que aparentemente no son más que un conjunto de manchas negras cruzadas por líneas blancas. Pero cuando lo consigues, no te queda más remedio que reconocer el mérito al autor. Tenéis más de reseñas de este cómic ya clásico en Koukyou Zen y Anika entre libros, aunque esta última apenas son un par de frases para alabarlo.
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