El segundo y el cuarto trimestre de 2018 han sido especialmente turbulentos en casi todos los ámbitos de mi vida. Eso ha provocado que mi umbral de irritabilidad descendiera casi a cero, de ahí que no haya aguantado la lectura de libros que en condiciones de mayor calma quizás no me hubiera importado acabar pacientemente. Como resultado de toda esta inestabilidad, impaciencia e inapetencia, resulta que el año pasado no terminé de leer un total de siete novelas, cuando en toda la vida anterior del blog solo había dejado sin terminar dos. Aquí dejo unas breves notas sobre los dos que me faltan para completar los siete abandonos del 2018:
Tengo pendientes en casa varios libros de Louis-Ferdinand Céline. Como Cartas de la cárcel es el más manejable, intenté leerlo sin demasiado éxito. El principal motivo para renunciar a hacerlo es que el contenido no es precisamente unas castañuelas. En esos días mis problemas propios y mi decaimiento personal me bastaban y me sobraban para arrastrarme por el fango anímico. Así que decidí rápidamente que no era el momento de zambullirme en un drama de ese calibre. Colaboracionismo con los nazis, revanchas de los vencedores, incertidumbre ante una reclusión en prisión y una posible condena a muerte, enfermedad, ostracismo. No es que mi situación fuera en absoluto comparable a la del autor francés, pero desde luego no me apetecía vivir una desgracia de prestado, sobre todo sabiendo que fue real. ¿Volveré a intentarlo? No estoy muy seguro. Lo cierto es que me parece que este libro tiene más interés morboso que literario. Pero bueno, ahí sigue esperando en alguna estantería, así que, ¿quién sabe?
Hace mil años (5/9/2017), el ínclito Tongoy subió una reseña muy favorable de El archivo de atrocidades, de Charles Stross. Tanto es así, que ratificaba la nota editorial que lo etiquetaba de "fascinante combinación de techno-thriller de espionaje, comedia y horror lovecraftiano". Como en mi biblioteca pública de base no lo tenían, un año después me decidí a tomar contacto con este autor a través de otro de sus libros: Accelerando. El hecho de que fuese una colección de relatos cortos relacionados entre sí inclinó la balanza a su favor. Leídas apenas treinta páginas mandé al garete al libro, a Stross y por supuesto a la balanza, por su más que evidente calibrado defectuoso. La peste a cyberpunk facilón a la que tuve que asistir ya solo en el primer relato fue suficiente para no querer saber nada de hackers, inteligencias artificiales rusas y la red global de datos durante al menos un par de siglos. Para cuando me apetezca leer algo de este subgénero ya tiraré de algunas novelas de William Gibson que andan por casa. Será más de lo mismo, pero al menos me voy a una de las fuentes originales.
Yo abandono dos o tres cada mes, Cities. Tu nivel de irritabilidad es Supersaiyan comparado con el mío.
ResponderEliminarYo espero sinceramente que este año te toque mejor, cuando uno está con turbulencia se nubla todo, incluso el lindo hobbie de leer (que es casi tan importante como respirar). Que en este 2019 se aclaren los problemas y consigas buenos títulos en lectura...ah y no te sientas mal por abandonar alunas obras, ya Borges decía que cuando uno se aburre (o no le gusta cómo está narrado) lo mejor es dejarlo. Si en un par de meses se vuelve a sentir lo mismo al releerlo, lo mejor es dejarlo en alguna estación de tren, bar o colectivo. Un abrazo enorme
ResponderEliminar@Lucas Despadas + Scabbers: Es que eso deberíamos hacer todos. A la más mínima sospecha de que la cosa no va a marchar, se cierran las tapas y punto. Como se puede comprobar, parece que por fin me estoy soltando. Gracias a los dos por vuestros comentarios.
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